martes, 6 de septiembre de 2011

Novias de mentira

Un aforismo célebre en Twitter (cuyo trabajo de atribución no efectuaré, porque a estas alturas la referencia al creador de la frase debe estar perdida entre tanto plagiador) dice algo como: «Las mujeres podemos fingir orgasmos, pero los hombres pueden fingir relaciones enteras». Más allá del instantáneo orgullo que a mi género puede representarle este gran logro evolutivo, aparentemente, surgen varias consideraciones que traigo en este post.

Y de entrada quiero aclarar que mi experiencia me dice que esta habilidad para fingir relaciones también puede existir para las mujeres, pero eso lo verán un poco más adelante. Lo importante por el momento viene con la siguiente confesión: solo he tenido dos novias en mi vida y ambas fueron de mentiritas. No de mentiritas como los noviazgos de la infancia en lo que lo más caliente que ocurre es caminar cogidos de la manita, ni de mentiras como las relaciones a distancia o las que se ponen en Facebook sólo por diversión o aburrimiento. Se trató de relaciones formales con personas que conocía y con las que existía contacto físico, pero que no estaban sustentadas en ningún sentimiento valedero, sino simplemente en el estar por estar. Relaciones fingidas.

¿Por qué fingidas? Y más importante ¿por qué yo tendría que fingir una relación? Fingir una relación es levantarse cada día sabiendo que se tiene un contrato emocional-erótico con una persona por la cual no se siente nada diferente a lo que se podría sentir por cualquier otra escogida al azar y forzada a estar en la misma situación. Es sentir que esa persona es del montón y que lo único especial es que es tu novia porque fue lo único o – más triste aún – lo mejor que pudiste conseguir. Sí, porque ‘lo mejor’ no siempre es sinónimo de bueno. Sería como lo menos maluco, lo más aceptable.

Seguro cuando piensan en razones para fingir una relación lo primero que se les venga en mente sea ¡SEXO! Y van por el buen camino. No sólo porque el sexo no siempre es fácil de conseguir, sino porque una cosa es conseguirlo al azar, con limitaciones y prevenciones, y otra tenerlo seguro, limpio, estable, y con la posibilidad de al menos pretendes que se hace con cariño. Y con alguien que al menos físicamente te gusta. Porque, hay que ser claros, las relaciones no se fingen con alguien que detestes o te parezca abominable. Si uno se ha visto conducido a una relación es porque al menos en principio encontró algo física, intelectual o emocionalmente atrayente en esa persona, pero si en el proceso eso no prospera y no se convierte en un sentimiento real, ya que tus hormonas han generado una obligación hacia esa persona, queda la opción de fingir que existe un vínculo real para continuar los beneficios y evitar el drama.

Y no se trata sólo del sexo. Tal como el primer beso, el primer noviazgo es una necesidad más social que física. Se necesita saber qué se siente y todo en el mundo está diseñado para hacernos anhelar vivir los encuentros románticos en heladerías, los mensajitos preocupados por el otro, las escenas de celos y hasta las discusiones ridículas. También es parte de crecer. Sentirse ligado a alguien de esa manera es una necesidad – estúpida, puede ser – que se nos ha creado. Mi primera relación fue tan de mentiras que ni siquiera vale la pena considerarla para este ‘análisis’: duró tres meses y básicamente ella era una persona con la cual me veía cada fin de semana para echarnos en un parque y nuestras pequeñas conversaciones servían como intermedio para nuestras extenuantes sesiones de besos.

Eso me dejó un sinsabor y estaba decidido a tener una relación de verdad, así tuviera que fingirla. Y lo hice. La siguiente tuvo todo lo que creía debía tener una relación de verdad: acostadas, en la casa de uno y del otro, fotos carisonrientes en Facebook, conocer a la familia, paseos a fincas, discusiones cargadas de drama, infidelidades – lamentablemente no de mi parte – y terminadas y reconciliaciones cada mes. Todo, menos dos personas que realmente se quisieran.

6 gloriosos meses de fingir una relación y de un inútil ejercicio de autoengaño para justificar el sexo sin amor y todo el tiempo que compartía con esa persona creyendo que me importaba. Pero yo sabía lo que pasaba. El tiempo que pasábamos viendo una película o hablando de lo que pasaba en nuestras vidas era el tortuoso preámbulo necesario para que ella empezara a quitarse la ropa. Parafraseando un comentario que vi en Old Christine, no pasábamos más de tres minutos de conversación sin que alguno metiera su mano en los interiores del otro.

Y no es que ella era fuera tonta o completamente carente de encanto intelectual, pero es que estaba lejos de ser lo que yo esperaba. Claro que me sentía culpable… uno sabe que está en una relación fingida, cuando después de terminar el acto sexual, a uno ya no le parece divertida la idea de tener que compartir las cobijas con esa persona y se da cuenta de la cantidad tan irresponsable de veces que ha dicho ‘te-amo’ o sus variantes. Ese es el momento en que uno debería mandar la farsa al carajo, pero ¿quién se atreve a hacerlo en una situación tan incómoda? Había que mostrarse natural y espontáneo, poner algún tema de conversación y abrazar de vez en cuando para que no se sospechara que algo andaba mal.

No estoy orgulloso de haber durado tanto tiempo así, sobre todo cuando no era simplemente yo usando a la pobre chica enamorada que me escribía cartas llenos de dibujitos rebosantes de ternura. Porque las cartas y los dibujitos efectivamente existían, pero eran un débil paliativo para lo que me dejaban sus continuos comentarios acerca de otras personas que le gustaban o, peor aún, seguía amando. Su Tumblr, que stalkeaba frecuentemente, hacía constantes referencias a mí; casi siempre en términos peyorativos, diciendo que estaba aburrida de la relación y contando cómo deseaba a otras personas. Lo solucionaba todo diciendo 'esas son bobadas. yo en realidad te quiero a ti' y con... ya saben con qué.

Tuve que lidiar con su bisexualismo que el día en que terminamos, me confesó, se había resuelto en lesbianismo. Me había acostumbrado tanto a fingir, que fingí que me dolieron sus palabras, cuando básicamente me sentía mal por el fin de un conveniente contrato de intercambio de favores sexuales.

Mucho se dijo después de eso que me convenció de que yo había sido menos despiadado de lo que había pensado. Su versión de la historia se fue haciendo cada vez menos amable conmigo: no se quedó tranquila con hacerme saber la falsedad de sus ‘te-amo’, sino también la de sus orgasmos. Aparentemente siempre estuvo consciente de su lesbianismo, pero la pobre chica se sentía forzada a intentar llevar una vida normal.

Así acabó todo. Sin que ninguno de los dos tuviera autoridad moral para reprocharle nada al otro – Lo cual no impidió que lo hiciera –. Aunque ella fingió más… al menos a mí sí me gustan las mujeres. Mi conclusión es que las relaciones de mentira le hacen mal a la autoestima y menoscaban la dignidad. Por eso prometí nunca volverme a involucrar en una… aunque a veces no sé; definitivamente la lujuria genera produce estragos.