jueves, 21 de julio de 2011

El deporte injusto

Los partidos de la más reciente edición de la Copa América volvieron a poner de moda uno de los temas de discusión clichés alrededor del fútbol: su falta de justicia. Entonces nuevamente todos recordamos, si es que en algún momento lo olvidamos, que el fútbol es un deporte distinto; existe una condición fundamental en su mecánica que aparentemente no tiene ningún otro deporte y es razón de ello que muchos lo aman y muchos otros lo odian: en el fútbol no se requiere de ser el mejor para ganar.

El fútbol está diseñado para que en cualquier partido, por abismal que sea la diferencia, exista la posibilidad del triunfo para el equipo más débil o el que peor juegue ese partido – ambas cosas no siempre son equivalentes -. Este aspecto concreto hace que el fútbol sea verdaderamente impredecible.

Recuerdo haber leído por los días del mundial pasado a un periodista norteamericano que comentaba acerca del intento de los ‘liberales’ de introducir al Soccer en el Mainstream de Los Estados Unidos. Se refería despectivamente al fútbol. Comparándolo con Seinfeld, lo catalogaba como Un deporte acerca de nada. Parte de su crítica tenía que ver con muchos de los aspectos que hacen parte de la discusión actual, especialmente la existencia de empates y por tanto la posibilidad de jugar conservadoramente y obtener recompensa por ello, y que el talento individual no parezca ser un valor decisivo. Incluso consideraba que el fútbol es un deporte que promueve la mediocridad ya que supuestamente cualquiera, aún sin tener muchas habilidades, puede encontrar un lugar en el juego y salir victorioso.

Yo creo que gran parte del valor del fútbol tiene que ver con esa facilidad de acceso. Es probablemente el deporte que requiere menos fundamentación técnica y talento innato para practicarlo con éxito al menos de forma amateur. Hasta los troncos podemos con un poco de suerte quitarle el balón al crack, sacar un tiro de la línea o meter un gol, porque en muchos casos finalmente es cosa de sólo empujarla. Muchísimo más se requiere para hacer un birdie, un Home Run o siquiera una canasta (yo nunca pude pese a ser relativamente alto). Así es, jugar al fútbol es muy fácil. Pero ganar en el fútbol es un asunto complejo. Empezando porque lo juegan muchas personas y porque cada colectivo debe sincronizarse muy bien para arrastrar el balón cien metros y lograr que este pase a través de un pequeño arco custodiado por una persona que vive y come de no dejarlo pasar. Tener el balón en sus pies más tiempo que el rival no le asegura poder pasearse más cerca por el arco y pasearse más por el arco no le asegura anotar más veces.

Cuando en las situaciones anteriores gana el 'no', se habla de injusticia. Y aunque yo diría que el término es válido, hay cosas para considerar. En las protestas, por un lado, se hace demasiado énfasis en el ataque y en la generación, como si defender y atajar bien no hicieran parte de las premisas del deporte y como si los defensas y porteros estuvieran de adorno, por protocolo, como la mayoría en Súper Campeones. Por el otro lado, se privilegian demasiado los aspectos técnicos (talentos, habilidades) sobre los mentales (concentración, decisión, entrega, la llamada garra). Claro que la suerte también tiene una gran participación en la resolución de muchos partidos. Pero cada uno es un caso distinto. Es tonto apelar a que tal ‘mereció ganar’ porque tuvo un par de remates más o tuvo una posesión ligeramente superior. Pero ejemplos como los de las dos ‘victorias’ por lanzamientos desde los once metros de Paraguay inevitablemente nos llevan a dictar que existió una injusticia porque los números fueron apabullantes.

Y es que además de las muchas variantes que existen dentro del partido regular para que éste pueda declararse como una injusticia, el fútbol tiene una modalidad de desempate que nunca dejará de hacernos sufrir y rabiar: la comúnmente llamada lotería, especialmente criticada porque es un juego diferente. Es una forma de decidir quién es mejor, que no guarda prácticamente ninguna relación con el juego en sí, y nada parecido ocurre en ningún otro deporte. Pero si hablamos de resoluciones que no tienen nada que ver con el juego, existe en el fútbol, para tristeza de todos, una mucho más aberrante: la moneda, para cuando los equipos empatados no se están viendo las caras.

Es natural imaginar maneras de que el fútbol sea menos injusto, porque la idea nunca es premiar al que peor juegue. Por bello que nos parezca el fútbol tal como es, nos molesta cuando la mediocridad se ve recompensada de una u otra manera. Y es que así los dos equipos hubiesen jugado maravillosamente, deja un gran sinsabor cuando un partido vibrante y bien llevado se debe definir de una manera burda. ¿Qué tal no usar el sistema de eliminación directa sino el de liguillas hasta el final en las competiciones FIFA? No es tan descabellado si pensamos en que se usó incluso en una Copa del Mundo: Brasil 1950. Pero claramente esto no se va a hacer porque atenta directamente contra la emoción y tensión que suscita el deporte y lo bien que esto vende, todo lo que representa La Final de un torneo. ¿Qué tal que después de jugados los 120 se declare ganador al que haya tenido mayor posesión, más tiros al arco o menos tarjetas? Ganar por puntos, como en el boxeo.

Pero todo eso es fantasear demasiado. Si se quieren modalidades del fútbol donde se puede ganar exclusivamente a base de destreza, tenemos Fifa Street de EA Sports. El fútbol de verdad se trata de meter goles y la reglamentación de este deporte, con más de un siglo de historia, determinó que doblegar al rival no sería cosa tan fácil como en los demás deportes, y lo es mucho menos ahora, cuando todo se ha hecho tan complejo táctica y técnicamente. A los que nos gusta, nos gusta por eso. Porque cada gol sea trabajado y sufrido. Porque dentro de la cancha pueda pasar un millón de cosas. Por los momentos dinámicos y los muertos. Hasta por los pases fallidos.

Así es la cosa. Hay una nube de decepción que cada tanto se posa sobre el fútbol y hace preguntarse a muchos si realmente vale pena jugar a un deporte donde no basta con ser mejor que el rival para ganarle. Pero con todo sigue siendo el deporte más apasionante del mundo.

jueves, 14 de julio de 2011

El sueño Bloggero.

Como sentía cierta presión para volver a escribir y en el momento en que finalmente me encontré en disposición ya todas las ‘buenas ideas se habían ido’, decidí apelar a lo simple, a una técnica ya clásica: que el mensaje se refiera al medio. Tal como cuando al estudiante de audiovisuales o radio se le dificulta ingeniarse una buena idea para una crónica y decide hacerla sobre mí mismo, un estudiante universitario enfrentándose a la presión del medio universitario y a sus problemas de creatividad e indecisión, pasando de una idea a otro y a otro.

Más o menos eso es lo que traigo en este momento. Una entrada de blog a manera de reflexión sobre lo que implica tener un blog. Y no es poca cosa considerando que bloggeo desde el año 2006 y ya son como 6 o 7 direcciones firmadas con mi nombre, todas completa o parcialmente abandonadas. Hoy he venido a salvar ‘La Enajenación al poder’ y veremos qué tal sale.

La idea de algo parecido a un blog siempre existió como un sueño en mi adolescencia, cuando sin conexión a internet, ni esperanzas de tenerla, pasaba horas (recuerdo aquellas bellas horas) escribiendo reseñas de discos, visiones sobre el mundo y declaraciones personales por las que no me pagaban y que nadie leía. Tiempo después el sueño se cumplió. Encontré que internet me daba la posibilidad de que gratuitamente mi material fuera leído, compartido y comentado por usuarios alrededor del mundo, y aunque no recibiera beneficio económico por ello la realización personal que otorga una buena valoración de un desconocido es incalculable.

Así empecé a los 19 años. Pero sin una dirección clara, aunque con mucha pasión, fui llenando mi primer blog de escritos desgarradores, llenos de angustia juvenil que eran difíciles de ofrecer a un público mayoritario. Era finalmente, como muchos, un blog para mí mismo y para uno que otro amigo. Para que terminaran preguntándose por mi salud emocional y si sería posible que cometiera suicidio. Al mismo tiempo, subsistía ese estilo con otro más limpio y bien enfocado. Al fin al cabo como futuro comunicador social, y persona interesada en los asuntos humanos, podía ofrecer una experiencia un poco más profesional y universal. No sólo abarrotar los anaqueles de internet con quejas y relatos de sueños rotos, sino producir textos realmente ilustradores y enriquecedores. De allí surgieron Pertinente, El Diario del Melómano y el blog que se encuentra leyendo actualmente.

Este ideal de trascendencia termina siendo el de un porcentaje realmente bajo de los blogs que se abren en el mundo. Incontables los blogs que se quedan abandonados a la primera entrada o ni siquiera llegan realmente a justificar el acaparamiento de direcciones (casi todas las buenas) al sólo dedicarse a postear nimiedades, o fotos o videos prestados, para las que Facebook o Tumblr pueden bastarse bien.

El verdadero bloggero es el que siente un compromiso con el espacio que ha generado, porque quiere comunicar algo al mundo y construir experiencia intelectual en la red, pero se choca con muchas barreras. ¿Hay de verdad gente con tiempo para leer todas las entradas que tan bienintencionadamente se escriben a diario? La mayoría de los blogs, aún de los que tienen la clara intención de convertirse en herramientas útiles para muchos individuos, terminarán siendo leídos por nadie. En parte porque pocos tienen la paciencia y el ingenio para echarse a cuestas a un blog que combine constancia y calidad, que conserve una línea coherente y cumpla las expectativas del público más dispuesto a distraerse de la historia. Por ejemplo. Usted está leyendo en vez de ver porno, o chatear con la persona que le gusta, o jugar un novedoso disparador en primera persona o verse el último estreno de Hollywood. Y lo hace porque dentro del complejo proceso de organización y jerarquización de la blogósfera, yo quedé relativamente bien ubicado y tengo lectores. Pero en cualquier momento puedo perder su atención, quizá para siempre.

Internet está plagado de gente común pero talentosa y además de competir con ellos están también los grandes medios, que también tienen sus propios bloggeros. ¿Cómo lograr que a uno lo lean? Hasta hace uno o dos años esta pregunta, y la incapacidad de responderla, era casi suficiente motivo para abandonar el ejercicio bloggero. Sin embargo hubo transformaciones importantes y el furor de Facebook y más recientemente Twitter, ambos enormes facilitadores del trabajo de ‘compartir tu arte’ pusieron el sueño bloggero nuevamente en camino. Y es que en general ahora en internet todo se conecta con todo y los esfuerzos creativos ya no se ven tan aislados. Tu Flickr apoya a tu a Tumblr y éste a tu Twitter y éste a tu blog (y todos con todos) y si se dispone del tiempo y la pasión necesaria el ideal de generar contenidos y que estos tengan consumidores reales no está tan lejos. Hay que tener una buena idea y llamar la atención hacia ella publicitándola en todos los medios al alcance.

Difícilmente lograría tantas visitas en este, y mis otros blogs, sin una cuenta de Twitter manejada con cierta destreza y constancia. No se trata sólo de reconocimiento, pero éste es muy importante. Haciendo referencia un poco al mensaje de presentación de este blog, si bien no me pagan por esto, si al menos un par de personas consideran que lo que yo hago es un poco mejor que basura y quedan con ganas de leer más, siento que no hay razones para bajarse del sueño bloggero.


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