domingo, 24 de febrero de 2013

Vivo


Es curioso, pero últimamente he pensado mucho en la muerte y al mismo tiempo me he sentido excesivamente vivo. He vivido más de la cuenta al dormir poco y soñar casi todo el tiempo que paso dormido. Por otro lado, los malestares en mi cuerpo me recuerdan a cada momento que definitivamente estoy vivo.

Sí, he estado más vivo que nunca, pero no necesariamente más presente en mi vida. Debo levantarme temprano para ir a mi puesto de trabajo y permanecer allí, alerta y productivo, alquilándole mi vida a otro por unas horas; las mejores horas del día. Obviamente recibiré la compensación necesaria para que mi vida pueda ser viable como proyecto en sociedad, incluyendo un seguro de salud que eventualmente debería acabar con mis dolencias.

Si dejo de sentirme mal, probablemente recupere el buen dormir y no sea tan negativo ante la idea de alquilar mi vida. Quizás nuevamente entre en la ilusión de que estoy forjando un gran futuro en el que cumpliré unos sueños que en este momento ni siquiera tengo muy claros. Me conformaré con que las cosas vayan lento y aplazaré mis ideas de realización intelectual ante la seguridad que da una consignación cada quince días. Tal vez hasta cínicamente renuncie a ellas embelesado por el confort de la «sociedad de consumo».

En cambio, en un momento de mala salud, con la sospecha, paranoica o no, de una muerte temprana, siento deseos de acelerar todo, de dar un golpe definitivo que me demuestre que valió la pena habitar este mundo: ya fueran 24, 28, 40 u 80 años. También emerge, claro, un gran sentimiento de culpa por todo el tiempo perdido. Por las horas que malgasté mirando al techo o llorando porque me sentía diferente e incompatible con el entorno en que me tocó crecer. Experimento más culpa de la que sería razonable para un no-creyente. A lo mejor en el fondo sí creo. Siempre creí que debía hacerlo todo perfecto y que se me castigaría por cada error.

Ahora mismo no sé cuál es la actitud o el comportamiento ideal, pero aparentemente no he abandonado el sendero correcto: pon buena cara y haz lo que tengas que hacer. No obstante, necesito un plan B. Algo que me permita sentir que realmente estoy presente en mi vida y que le doy la dimensión que se merece.