lunes, 17 de octubre de 2011

De representaciones, estereotipos y dignidad nacional.

¿Existirá en el mundo un pueblo que se sienta ofendido tan frecuentemente como el colombiano? ¿Serán los constantes lloriqueos producto de una verdadera campaña de deslegitimación proveniente del primer mundo?

Carla Bruni, Señor y señora Smith, Bruce Willis, David Letterman, y muchos más, tienen en común el haber incitado la indignación de un país que no soporta que se diga una cosa más sobre él que no sea acerca de los triunfos de sus estrellas, la calidad de sus exportaciones o la belleza y espíritu trabajador de su gente. Esta actitud en la sociedad colombiana se ha hecho patológica. Es incapaz de recibir de buena manera cualquier crítica o referencia a los problemas del país, aunque provengan de un universo [pretendidamente] neutral como el arte —Incluyendo aquí la comedia—.

Los teóricos le otorgan a la dimensión estética un carácter antiséptico y aislante. Como si lo que ocurriese dentro de la producción artística no debiera necesariamente responder a los condicionamientos de la sociedad organizada, ni en términos de bueno o malo ni de verdadero o falso. En cualquier caso, los productos culturales pueden promover buenos o malo sentimientos, así como realizar lecturas documentales de la realidad, o distorsionarla en los amplios caminos de la ficción.

Aquí se pretende que la ingenua campaña por mejorar la imagen de un país —Ya que no su realidad esencial— decida qué es correcto mostrar y decir para cineastas, escritores, músicos o comediantes. ¿Tiene esto sentido?

''¿Pero es que por qué siempre nosotros como los malos?''. Por favor, el cine en su modelo clásico gira en torno a conflictos y, por una convención que asegure su rentabilidad, preferiblemente conflictos que sean ampliamente reconocibles y entendibles para el público masivo. Así que olvídense de una película acerca de las bondades del café colombiano, porque allí no existe un conflicto, o al menos no uno lo verdaderamente fuerte. Claro que se puede hacer películas sobre temas amables, conflictos que no tengan que ver con el narcotráfico o la guerra de un país, pero ese no es el punto, porque estamos aceptando el hecho de que existe un género de películas que privilegia la acción y la emoción generadas por el crimen y la violencia, y que éste es enormemente solicitado, aunque quizá usted y yo lo disfrutemos muy poco.

En este orden de ideas, usted no podría esperar que surgieran muchas películas sobre terroristas austriacos, sobre turismo sexual en las Islas Feroe o desnutrición en las calles de Montreal. Aunque como ejercicios de ruptura podrían ser muy interesantes, pero desconcertantes para un público que tiene una idea de más o menos cómo funciona el mundo y espera que se le respete. El tercer y el cuarto mundo son los que contienen la mayor cantidad y gravedad de conflictos sociales para cierto tipo de cine.

''¿Pero por qué dicen mentiras sobre mi país?''. Este es un punto importante y delicado. Recordemos que la narrativa es un universo donde lo verosímil pesa más que lo 'verdadero'. No es necesario que algunos personajes o situaciones que se crean estén inspirados en personajes y situaciones exactas del real. De otro lado, es posible que muchos eventos perfectamente documentados no sean tragables para el espectador —el típico 'cuando la realidad supera a la ficción— o simplemente carezcan del atractivo necesario.

Lo importante es que el espectador, por lo que le permite la información de contexto más sus insumos culturales, admita que lo que se le está mostrando pudo o podría pasar, y que sea entretenido. Aquí entran en juego los estereotipos y las representaciones sociales. Yo estoy convencido de que deben existir ingleses impuntuales, judíos desprendidos e islandeses guapachosos, pero para el lenguaje cinematográfico son mucho más convenientes los rasgos que se han convertido en lugares comunes —cuando se opta por desafiar la regla general, debe hacerse por una muy buena motivación—, especialmente si son rasgos conflictivos y sobresalientes, aun cuando solo representen a una pequeña parte de la población. Esto es muy importante porque, por ejemplo, cuando se hace una película sobre un colombiano sicario, no se está señalando que casi todos los colombianos son sicarios; más bien, se está señalando que de los sicarios que existen en el mundo, una buena parte son colombianos. El problema es que la mayoría de los patriotas ofendidos realizan la primera operación lógica, la incorrecta: un sofisma.

Los estereotipos no son necesariamente buenos ni necesariamente malos. Cada uno debe ser analizado en su contexto específico: algunos son más acertados o justificados que otros. En general, los estereotipos tienen una utilidad social; ayudan a dinamizar las relaciones sociales y a que los individuos se formen una imagen menos caótica del mundo (tengo bibliografía sobre ésto, pero me da pereza citar. Más bien si alguien está muy interesado en el tema, me puede decir y le facilito información).

Además, si aún el cine documental reconstruye la realidad, haciendo omisiones y adiciones, ¿por qué pedirle a la ficción que sea tan responsable? Su misión es crear una experiencia inspirada en la realidad, pero independiente de ella, y que el espectador se olvide de quién es por un par de horas. ¿Que en Mr. and Mrs. Smith se muestra a Bogotá como una ciudad calurosa y poco desarrollada? Bueno, éste es un craso error que solo debería ofender al equipo producción de esa mediocre película. No sé si se hizo adrede. Es probable que hayan pensado que para muchos espectadores alrededor del mundo sería una representación verosímil de la capital de Colombia, y que efectivamente lo haya sido gracias al pobre nivel de cultura general de esos espectadores. Creer que todo el territorio colombiano es llano, cálido y rural no es un prejuicio o un estereotipo negativo; es simple y grosera ignorancia.


¿Fue un error con intención política? No estoy yo para decirlo. Creería que fue más bien fue una treta de la producción. Más que una ofensa a la dignidad de un país, es una ofensa al arte cinematográfico y a la inteligencia del espectador, cuando esta tuviese lugar.

¿Que Carla Bruni puso en una canción ‘más peligroso que la cocaína colombiana’? Bueno, tal vez pudo haber sido menos ruda y haber dicho que ‘eres más peligroso que la cocaína de Montpellier’. Ya, en serio. Es música. Es arte. Si dejaran de pensar, por un instante, que Colombia es el centro del universo, se darían cuenta de que las distintas manifestaciones artísticas durante siglos han expresado TODAS las circunstancias, las alegres y las penosas, de la raza humana y la sociedad que ha constituido. Todo ha quedado en evidencia a través de novelas, películas, canciones, esculturas, pinturas, etc. Lo que es, lo que fue, lo que será y lo que se sueña. El arte no puede estar en función de los intereses de las empresas promotoras de turismo.

Si Colombia deja de pensar, por unos instantes, que todo el mundo está pendiente de ella, observaría como son mostrados los individuos de otros países o grupos sociales en el discurso de los medios, la televisión, el cine. Vería que en Los Simpson El Gordo Tony es un mafioso italo-americano, el hombre abejorro un bufón mexicano y el niño albanés por el que intercambian a Bart en cierta ocasión es un espía con fines militares en contra de los Estados Unidos.

Está claro que cuando el sentimiento de cohesión e integridad de un grupo social —o todo un estado nacional, como en este caso—no es lo suficientemente fuerte, no puede evitar sentirse amenazado a cada paso. Cree que desde una y otra dirección se intenta menoscabar su dignidad, cuando nadie lo ha hecho tanto como él mismo.

martes, 6 de septiembre de 2011

Novias de mentira

Un aforismo célebre en Twitter (cuyo trabajo de atribución no efectuaré, porque a estas alturas la referencia al creador de la frase debe estar perdida entre tanto plagiador) dice algo como: «Las mujeres podemos fingir orgasmos, pero los hombres pueden fingir relaciones enteras». Más allá del instantáneo orgullo que a mi género puede representarle este gran logro evolutivo, aparentemente, surgen varias consideraciones que traigo en este post.

Y de entrada quiero aclarar que mi experiencia me dice que esta habilidad para fingir relaciones también puede existir para las mujeres, pero eso lo verán un poco más adelante. Lo importante por el momento viene con la siguiente confesión: solo he tenido dos novias en mi vida y ambas fueron de mentiritas. No de mentiritas como los noviazgos de la infancia en lo que lo más caliente que ocurre es caminar cogidos de la manita, ni de mentiras como las relaciones a distancia o las que se ponen en Facebook sólo por diversión o aburrimiento. Se trató de relaciones formales con personas que conocía y con las que existía contacto físico, pero que no estaban sustentadas en ningún sentimiento valedero, sino simplemente en el estar por estar. Relaciones fingidas.

¿Por qué fingidas? Y más importante ¿por qué yo tendría que fingir una relación? Fingir una relación es levantarse cada día sabiendo que se tiene un contrato emocional-erótico con una persona por la cual no se siente nada diferente a lo que se podría sentir por cualquier otra escogida al azar y forzada a estar en la misma situación. Es sentir que esa persona es del montón y que lo único especial es que es tu novia porque fue lo único o – más triste aún – lo mejor que pudiste conseguir. Sí, porque ‘lo mejor’ no siempre es sinónimo de bueno. Sería como lo menos maluco, lo más aceptable.

Seguro cuando piensan en razones para fingir una relación lo primero que se les venga en mente sea ¡SEXO! Y van por el buen camino. No sólo porque el sexo no siempre es fácil de conseguir, sino porque una cosa es conseguirlo al azar, con limitaciones y prevenciones, y otra tenerlo seguro, limpio, estable, y con la posibilidad de al menos pretendes que se hace con cariño. Y con alguien que al menos físicamente te gusta. Porque, hay que ser claros, las relaciones no se fingen con alguien que detestes o te parezca abominable. Si uno se ha visto conducido a una relación es porque al menos en principio encontró algo física, intelectual o emocionalmente atrayente en esa persona, pero si en el proceso eso no prospera y no se convierte en un sentimiento real, ya que tus hormonas han generado una obligación hacia esa persona, queda la opción de fingir que existe un vínculo real para continuar los beneficios y evitar el drama.

Y no se trata sólo del sexo. Tal como el primer beso, el primer noviazgo es una necesidad más social que física. Se necesita saber qué se siente y todo en el mundo está diseñado para hacernos anhelar vivir los encuentros románticos en heladerías, los mensajitos preocupados por el otro, las escenas de celos y hasta las discusiones ridículas. También es parte de crecer. Sentirse ligado a alguien de esa manera es una necesidad – estúpida, puede ser – que se nos ha creado. Mi primera relación fue tan de mentiras que ni siquiera vale la pena considerarla para este ‘análisis’: duró tres meses y básicamente ella era una persona con la cual me veía cada fin de semana para echarnos en un parque y nuestras pequeñas conversaciones servían como intermedio para nuestras extenuantes sesiones de besos.

Eso me dejó un sinsabor y estaba decidido a tener una relación de verdad, así tuviera que fingirla. Y lo hice. La siguiente tuvo todo lo que creía debía tener una relación de verdad: acostadas, en la casa de uno y del otro, fotos carisonrientes en Facebook, conocer a la familia, paseos a fincas, discusiones cargadas de drama, infidelidades – lamentablemente no de mi parte – y terminadas y reconciliaciones cada mes. Todo, menos dos personas que realmente se quisieran.

6 gloriosos meses de fingir una relación y de un inútil ejercicio de autoengaño para justificar el sexo sin amor y todo el tiempo que compartía con esa persona creyendo que me importaba. Pero yo sabía lo que pasaba. El tiempo que pasábamos viendo una película o hablando de lo que pasaba en nuestras vidas era el tortuoso preámbulo necesario para que ella empezara a quitarse la ropa. Parafraseando un comentario que vi en Old Christine, no pasábamos más de tres minutos de conversación sin que alguno metiera su mano en los interiores del otro.

Y no es que ella era fuera tonta o completamente carente de encanto intelectual, pero es que estaba lejos de ser lo que yo esperaba. Claro que me sentía culpable… uno sabe que está en una relación fingida, cuando después de terminar el acto sexual, a uno ya no le parece divertida la idea de tener que compartir las cobijas con esa persona y se da cuenta de la cantidad tan irresponsable de veces que ha dicho ‘te-amo’ o sus variantes. Ese es el momento en que uno debería mandar la farsa al carajo, pero ¿quién se atreve a hacerlo en una situación tan incómoda? Había que mostrarse natural y espontáneo, poner algún tema de conversación y abrazar de vez en cuando para que no se sospechara que algo andaba mal.

No estoy orgulloso de haber durado tanto tiempo así, sobre todo cuando no era simplemente yo usando a la pobre chica enamorada que me escribía cartas llenos de dibujitos rebosantes de ternura. Porque las cartas y los dibujitos efectivamente existían, pero eran un débil paliativo para lo que me dejaban sus continuos comentarios acerca de otras personas que le gustaban o, peor aún, seguía amando. Su Tumblr, que stalkeaba frecuentemente, hacía constantes referencias a mí; casi siempre en términos peyorativos, diciendo que estaba aburrida de la relación y contando cómo deseaba a otras personas. Lo solucionaba todo diciendo 'esas son bobadas. yo en realidad te quiero a ti' y con... ya saben con qué.

Tuve que lidiar con su bisexualismo que el día en que terminamos, me confesó, se había resuelto en lesbianismo. Me había acostumbrado tanto a fingir, que fingí que me dolieron sus palabras, cuando básicamente me sentía mal por el fin de un conveniente contrato de intercambio de favores sexuales.

Mucho se dijo después de eso que me convenció de que yo había sido menos despiadado de lo que había pensado. Su versión de la historia se fue haciendo cada vez menos amable conmigo: no se quedó tranquila con hacerme saber la falsedad de sus ‘te-amo’, sino también la de sus orgasmos. Aparentemente siempre estuvo consciente de su lesbianismo, pero la pobre chica se sentía forzada a intentar llevar una vida normal.

Así acabó todo. Sin que ninguno de los dos tuviera autoridad moral para reprocharle nada al otro – Lo cual no impidió que lo hiciera –. Aunque ella fingió más… al menos a mí sí me gustan las mujeres. Mi conclusión es que las relaciones de mentira le hacen mal a la autoestima y menoscaban la dignidad. Por eso prometí nunca volverme a involucrar en una… aunque a veces no sé; definitivamente la lujuria genera produce estragos.

jueves, 21 de julio de 2011

El deporte injusto

Los partidos de la más reciente edición de la Copa América volvieron a poner de moda uno de los temas de discusión clichés alrededor del fútbol: su falta de justicia. Entonces nuevamente todos recordamos, si es que en algún momento lo olvidamos, que el fútbol es un deporte distinto; existe una condición fundamental en su mecánica que aparentemente no tiene ningún otro deporte y es razón de ello que muchos lo aman y muchos otros lo odian: en el fútbol no se requiere de ser el mejor para ganar.

El fútbol está diseñado para que en cualquier partido, por abismal que sea la diferencia, exista la posibilidad del triunfo para el equipo más débil o el que peor juegue ese partido – ambas cosas no siempre son equivalentes -. Este aspecto concreto hace que el fútbol sea verdaderamente impredecible.

Recuerdo haber leído por los días del mundial pasado a un periodista norteamericano que comentaba acerca del intento de los ‘liberales’ de introducir al Soccer en el Mainstream de Los Estados Unidos. Se refería despectivamente al fútbol. Comparándolo con Seinfeld, lo catalogaba como Un deporte acerca de nada. Parte de su crítica tenía que ver con muchos de los aspectos que hacen parte de la discusión actual, especialmente la existencia de empates y por tanto la posibilidad de jugar conservadoramente y obtener recompensa por ello, y que el talento individual no parezca ser un valor decisivo. Incluso consideraba que el fútbol es un deporte que promueve la mediocridad ya que supuestamente cualquiera, aún sin tener muchas habilidades, puede encontrar un lugar en el juego y salir victorioso.

Yo creo que gran parte del valor del fútbol tiene que ver con esa facilidad de acceso. Es probablemente el deporte que requiere menos fundamentación técnica y talento innato para practicarlo con éxito al menos de forma amateur. Hasta los troncos podemos con un poco de suerte quitarle el balón al crack, sacar un tiro de la línea o meter un gol, porque en muchos casos finalmente es cosa de sólo empujarla. Muchísimo más se requiere para hacer un birdie, un Home Run o siquiera una canasta (yo nunca pude pese a ser relativamente alto). Así es, jugar al fútbol es muy fácil. Pero ganar en el fútbol es un asunto complejo. Empezando porque lo juegan muchas personas y porque cada colectivo debe sincronizarse muy bien para arrastrar el balón cien metros y lograr que este pase a través de un pequeño arco custodiado por una persona que vive y come de no dejarlo pasar. Tener el balón en sus pies más tiempo que el rival no le asegura poder pasearse más cerca por el arco y pasearse más por el arco no le asegura anotar más veces.

Cuando en las situaciones anteriores gana el 'no', se habla de injusticia. Y aunque yo diría que el término es válido, hay cosas para considerar. En las protestas, por un lado, se hace demasiado énfasis en el ataque y en la generación, como si defender y atajar bien no hicieran parte de las premisas del deporte y como si los defensas y porteros estuvieran de adorno, por protocolo, como la mayoría en Súper Campeones. Por el otro lado, se privilegian demasiado los aspectos técnicos (talentos, habilidades) sobre los mentales (concentración, decisión, entrega, la llamada garra). Claro que la suerte también tiene una gran participación en la resolución de muchos partidos. Pero cada uno es un caso distinto. Es tonto apelar a que tal ‘mereció ganar’ porque tuvo un par de remates más o tuvo una posesión ligeramente superior. Pero ejemplos como los de las dos ‘victorias’ por lanzamientos desde los once metros de Paraguay inevitablemente nos llevan a dictar que existió una injusticia porque los números fueron apabullantes.

Y es que además de las muchas variantes que existen dentro del partido regular para que éste pueda declararse como una injusticia, el fútbol tiene una modalidad de desempate que nunca dejará de hacernos sufrir y rabiar: la comúnmente llamada lotería, especialmente criticada porque es un juego diferente. Es una forma de decidir quién es mejor, que no guarda prácticamente ninguna relación con el juego en sí, y nada parecido ocurre en ningún otro deporte. Pero si hablamos de resoluciones que no tienen nada que ver con el juego, existe en el fútbol, para tristeza de todos, una mucho más aberrante: la moneda, para cuando los equipos empatados no se están viendo las caras.

Es natural imaginar maneras de que el fútbol sea menos injusto, porque la idea nunca es premiar al que peor juegue. Por bello que nos parezca el fútbol tal como es, nos molesta cuando la mediocridad se ve recompensada de una u otra manera. Y es que así los dos equipos hubiesen jugado maravillosamente, deja un gran sinsabor cuando un partido vibrante y bien llevado se debe definir de una manera burda. ¿Qué tal no usar el sistema de eliminación directa sino el de liguillas hasta el final en las competiciones FIFA? No es tan descabellado si pensamos en que se usó incluso en una Copa del Mundo: Brasil 1950. Pero claramente esto no se va a hacer porque atenta directamente contra la emoción y tensión que suscita el deporte y lo bien que esto vende, todo lo que representa La Final de un torneo. ¿Qué tal que después de jugados los 120 se declare ganador al que haya tenido mayor posesión, más tiros al arco o menos tarjetas? Ganar por puntos, como en el boxeo.

Pero todo eso es fantasear demasiado. Si se quieren modalidades del fútbol donde se puede ganar exclusivamente a base de destreza, tenemos Fifa Street de EA Sports. El fútbol de verdad se trata de meter goles y la reglamentación de este deporte, con más de un siglo de historia, determinó que doblegar al rival no sería cosa tan fácil como en los demás deportes, y lo es mucho menos ahora, cuando todo se ha hecho tan complejo táctica y técnicamente. A los que nos gusta, nos gusta por eso. Porque cada gol sea trabajado y sufrido. Porque dentro de la cancha pueda pasar un millón de cosas. Por los momentos dinámicos y los muertos. Hasta por los pases fallidos.

Así es la cosa. Hay una nube de decepción que cada tanto se posa sobre el fútbol y hace preguntarse a muchos si realmente vale pena jugar a un deporte donde no basta con ser mejor que el rival para ganarle. Pero con todo sigue siendo el deporte más apasionante del mundo.

jueves, 14 de julio de 2011

El sueño Bloggero.

Como sentía cierta presión para volver a escribir y en el momento en que finalmente me encontré en disposición ya todas las ‘buenas ideas se habían ido’, decidí apelar a lo simple, a una técnica ya clásica: que el mensaje se refiera al medio. Tal como cuando al estudiante de audiovisuales o radio se le dificulta ingeniarse una buena idea para una crónica y decide hacerla sobre mí mismo, un estudiante universitario enfrentándose a la presión del medio universitario y a sus problemas de creatividad e indecisión, pasando de una idea a otro y a otro.

Más o menos eso es lo que traigo en este momento. Una entrada de blog a manera de reflexión sobre lo que implica tener un blog. Y no es poca cosa considerando que bloggeo desde el año 2006 y ya son como 6 o 7 direcciones firmadas con mi nombre, todas completa o parcialmente abandonadas. Hoy he venido a salvar ‘La Enajenación al poder’ y veremos qué tal sale.

La idea de algo parecido a un blog siempre existió como un sueño en mi adolescencia, cuando sin conexión a internet, ni esperanzas de tenerla, pasaba horas (recuerdo aquellas bellas horas) escribiendo reseñas de discos, visiones sobre el mundo y declaraciones personales por las que no me pagaban y que nadie leía. Tiempo después el sueño se cumplió. Encontré que internet me daba la posibilidad de que gratuitamente mi material fuera leído, compartido y comentado por usuarios alrededor del mundo, y aunque no recibiera beneficio económico por ello la realización personal que otorga una buena valoración de un desconocido es incalculable.

Así empecé a los 19 años. Pero sin una dirección clara, aunque con mucha pasión, fui llenando mi primer blog de escritos desgarradores, llenos de angustia juvenil que eran difíciles de ofrecer a un público mayoritario. Era finalmente, como muchos, un blog para mí mismo y para uno que otro amigo. Para que terminaran preguntándose por mi salud emocional y si sería posible que cometiera suicidio. Al mismo tiempo, subsistía ese estilo con otro más limpio y bien enfocado. Al fin al cabo como futuro comunicador social, y persona interesada en los asuntos humanos, podía ofrecer una experiencia un poco más profesional y universal. No sólo abarrotar los anaqueles de internet con quejas y relatos de sueños rotos, sino producir textos realmente ilustradores y enriquecedores. De allí surgieron Pertinente, El Diario del Melómano y el blog que se encuentra leyendo actualmente.

Este ideal de trascendencia termina siendo el de un porcentaje realmente bajo de los blogs que se abren en el mundo. Incontables los blogs que se quedan abandonados a la primera entrada o ni siquiera llegan realmente a justificar el acaparamiento de direcciones (casi todas las buenas) al sólo dedicarse a postear nimiedades, o fotos o videos prestados, para las que Facebook o Tumblr pueden bastarse bien.

El verdadero bloggero es el que siente un compromiso con el espacio que ha generado, porque quiere comunicar algo al mundo y construir experiencia intelectual en la red, pero se choca con muchas barreras. ¿Hay de verdad gente con tiempo para leer todas las entradas que tan bienintencionadamente se escriben a diario? La mayoría de los blogs, aún de los que tienen la clara intención de convertirse en herramientas útiles para muchos individuos, terminarán siendo leídos por nadie. En parte porque pocos tienen la paciencia y el ingenio para echarse a cuestas a un blog que combine constancia y calidad, que conserve una línea coherente y cumpla las expectativas del público más dispuesto a distraerse de la historia. Por ejemplo. Usted está leyendo en vez de ver porno, o chatear con la persona que le gusta, o jugar un novedoso disparador en primera persona o verse el último estreno de Hollywood. Y lo hace porque dentro del complejo proceso de organización y jerarquización de la blogósfera, yo quedé relativamente bien ubicado y tengo lectores. Pero en cualquier momento puedo perder su atención, quizá para siempre.

Internet está plagado de gente común pero talentosa y además de competir con ellos están también los grandes medios, que también tienen sus propios bloggeros. ¿Cómo lograr que a uno lo lean? Hasta hace uno o dos años esta pregunta, y la incapacidad de responderla, era casi suficiente motivo para abandonar el ejercicio bloggero. Sin embargo hubo transformaciones importantes y el furor de Facebook y más recientemente Twitter, ambos enormes facilitadores del trabajo de ‘compartir tu arte’ pusieron el sueño bloggero nuevamente en camino. Y es que en general ahora en internet todo se conecta con todo y los esfuerzos creativos ya no se ven tan aislados. Tu Flickr apoya a tu a Tumblr y éste a tu Twitter y éste a tu blog (y todos con todos) y si se dispone del tiempo y la pasión necesaria el ideal de generar contenidos y que estos tengan consumidores reales no está tan lejos. Hay que tener una buena idea y llamar la atención hacia ella publicitándola en todos los medios al alcance.

Difícilmente lograría tantas visitas en este, y mis otros blogs, sin una cuenta de Twitter manejada con cierta destreza y constancia. No se trata sólo de reconocimiento, pero éste es muy importante. Haciendo referencia un poco al mensaje de presentación de este blog, si bien no me pagan por esto, si al menos un par de personas consideran que lo que yo hago es un poco mejor que basura y quedan con ganas de leer más, siento que no hay razones para bajarse del sueño bloggero.


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viernes, 6 de mayo de 2011

Los hombres también son lindos.

Ayer vi un corte preliminar de un falso-documental (o Mockumentary) que están realizando unos compañeros de la universidad sobre la homosexualidad. Habían incluido material de un especial que hizo el programa periodístico (odiado por muchos) Séptimo Día, que trató el caso de un movimiento de carácter religioso que supuestamente está curando la homosexualidad en muchos hombres colombianos. Aparentemente estos personajes que vivían en el pecado de la atracción hacia su mismo sexo, después de un compromiso espiritual y no sé qué rituales, se alinearon en el camino del bien, y ahora tienen vidas plenas, felices, familiares y heterosexuales.

Más allá de todas las falacias que puede haber en esta creencia, y en lo ridículo que resultan muchos de esos testimonios, no entraré en esa discusión y me concentraré en un solo comentario, muy particular, hecho por uno de los entrevistados. Era algo así como - no es cita textual -: Ahora veo a los hombres como siempre debí haberlos visto, feos.

Esto inmediatamente me remitió a una reflexión que hace algún tiempo me llevó a generar este, aparentemente divertido, tweet:

http://twitter.com/#!/Manueleslava/status/29488682484

Y es que, seamos claros, ¿Desde cuándo la orientación sexual tiene que ver o equivale a un asunto de estética? Este es el tipo de errores de razonamiento que hace que la construcción de la identidad sea un asunto más problemático de lo que debería.

Aún tenemos problemas para despegarnos de concepciones tan estúpidas. Las mujeres pueden decirse todo el tiempo que están divinas, ayudarse a maquillar y probarse ropa juntas. Si un hombre le dice a otro Parce, se ve bien, queda casi al borde de la sospecha. No pido que los hombres nos comportemos exactamente igual a las mujeres - ni caigan en el carolinacrucismo - pero sí un poco más de consecuencia y honestidad.

A un hombre le puede parecer que otro hombre se ve bien, y eso no quiere decir que se quiera meter en la cama con él. ¿A cuántos les parece bonita la torre Eiffel? ¿Cuántos quieren follársela? De una buena valoración estética a un gusto sexual o romántico hay una gran distancia. Creo que todos hemos escuchado decir a mujeres heterosexuales que, por principio general, el cuerpo de la mujer es más bello y armonioso que el del hombre. Si de esto dependiera la atracción sexual, para pesar de muchos, todas las mujeres serían lesbianas. Pero ni la superioridad estética de la mujer sobre el hombre es considerada universalmente (yo creo que tiene mucho de convención cultural), ni ella interviene directamente en la elección de una preferencia sexual.

¿Cuánto no hemos explotado la supuesta anatomía superior de la mujer, de todas las formas posibles? y aún así tenemos millones de hombres homosexuales.

No soy homosexual. Si lo fuera estaría bien, pero no lo soy. He de ser 95 o 96% heterosexual, pero de adolescente llegué a tener dudas, por la interiorización tan fuerte que me obligaron a hacer del precepto de que un hombre de verdad no puede encontrar en otro nada ni ligeramente bello, ni darle palabras de cariño: todo debía ser en términos muy machos. Qué miedo daba encontrar entonces que otro muchacho tuviera rasgos bellos... ¡Ese era Satanás tentándome!

Padres de las nuevas generaciones, no cometan el error de enseñarles tantas maricadas a sus hijos. La belleza y la delicadeza no son patrimonio exclusivo de las mujeres. Bonito sí puede ser adjetivo para hombre... y para mí es igual de válido y halagüeño si viene de un gay, un hombre hétero, una mujer hétero, una lesbiana o una entidad extraterrestre sin órganos sexuales.

lunes, 24 de enero de 2011

El negocio cambió: Un nuevo intento por hablar de piratería.

Tema espinoso, 'jarto', mamón, a veces. Pero como algunos viven en las sombras aún, es bueno recordar puntos clave.

Una cosa está clara: el sistema económico rigente busca sacarle a cuanta cosa produce, utilidades astronómicas, infinitas, pero cuando algo se lo impide empieza a dar pataletas y a justificarse. Sé que este inicio para mi artículo suena muy mamerto, pero ya verá que, sin necesidad de recurrir a mensajes panfletarios comunistas ni términos como ‘Explotación’ o 'Expropiación', hay argumentos serios para llegar a la ‘verdad’ del asunto.

Nos encontramos con una industria, la musical, gritando y peleando tan fuerte como puede, porque la están robando. ¿De verdad la están robando? ¿Se puede considerar robo a una actividad tan fácil, al alcance de cualquiera y apoyada por tantas tecnologías novedosas como descargar música? Lo que sucede es que, como decíamos, la industria quiere seguir siendo, o tal vez ser más rica que siempre. Lo que se está poniendo en entredicho es la posibilidad de que los productores sean multimillonarios, los dueños de las disqueras multimillonarios, y hasta los artistas – que suelen tener una participación injustamente baja de las ganancias – también millonarios. El problema no es que la industria pierda y la música deje de existir – ¿Ha visto cómo viven la mayoría de los artistas? Especialmente los que más se quejan de la piratería -. La música no muere por eso. Si un artista deja de sacar música decepcionado por un bajón en las utilidades, es porque realmente no le gusta el arte y sólo está por la fama. Y si es así, ¿quién lo necesita? El problema es que la ambición manda, y eso hace que se invada al público con mentiras.


South park y la pirateria

No podría quedar mejor ilustrado

Ahora, de nuevo, no soy comunista, sí tengo tendencias izquierdistas, pero lo que estoy intentando que se entienda lo podría decir así fuera un neoliberal ferviente. No es que esté en contra de que la gente sea millonaria. Y si lo estoy, no importa para efectos de este artículo. Digamos, guiándonos por la lógica dominante, que ser rico está bien. ¿Quién no quiere ser rico? La madre al que diga que no. Está bien ser rico, entonces. El neoliberalismo así lo busca. Pero se trata de que la gente llegue a ser rica a través de la puesta en juego de una serie de atributos (talento, creatividad, viveza, oportunismo, etc…) unos moralmente aceptables, otros no tanto, no importa. De alguna forma, un esfuerzo hay que hacer. Es ilógico querer hacerse rico vendiendo maní en la calle, o limpiando vidrios o escribiendo poesía sin gracia, ¿no es así? Es ilógico querer ser rico vendiendo productos más caros y de menor calidad, o vendiendo como novedades cosas que ya están obsoletas, o haciendo las cosas más lento que la competencia ¿no es cierto? ¿Ha visto que eso es más o menos lo que le pasa a la industria de la música? Llora porque no puede mantener su margen de utilidades con un negocio que está pasado de moda, porque le pone precios altísimos a un producto que alguien más da gratis: a través de medios que en su origen son legales y por lo cual es tan difícil ganar la batalla legal. ¿Los dispositivos MP3, las conexiones rápidas a internet, las copiadoras de CD son acaso invento de comunistas y vándalos? Hasta Google es cómplice de la violación a los derechos de autor. Es algo inevitable. Alguien lo hace más rápido, fácil, y en ocasiones hasta mejor.

Las pretensiones de esa industria toman como ciertas dos ideas falsas: Que hacer música es caro y es difícil. Son mentiras. No entremos en temas complejos de gustos y calidades, pero si la música fuera tan difícil de hacer, fuera un don tan excepcional, tan lejos del hombre común y corriente, no tendríamos miles y miles de artistas regados por el mundo, haciendo tantas canciones. Por supuesto que no aparece un Pink Floyd o un Velvet Underground cada semana, pero sí hay montones y montones de artistas que los grandes medios ni referencian, y seguro ellos no se quejan tanto de los ilegales. Cualquiera sabe que los bienes más escasos, raros y difíciles de producir obligadamente tienen que ser más difíciles de adquirir: por eso el oro es más caro que las papas aunque las papas sean más ricas. Hacer música no llega a ser como extraer oro, aunque ciertamente la música me parece un bien más precioso. Pero la música no escasea, porque el talento humano es infinito. Tampoco es tan caro y lo prueba que hayan tantísimas bandas independientes y autogestionadas.

Si se fuerza a la gente a pagar lo que se quiere que se pague por las producciones musicales, llegarían a conocer realmente poco del universo musical que tenemos. Si usted elimina la piratería, no va a convertir todas las descargas ilegales en compras legales. La gente no tiene tanto dinero. ¿Creen acaso que tengo para comprarme originales los más de 2000 álbumes que tengo en mi computador? Además sin los mecanismos de compartir música, no se podría conocer a las bandas lo suficiente como para querer comprar un disco original, y peor, asistir a un concierto. Contrario a lo que algunos suponen, la piratería afecta menos a los pequeños que a los grandes, ya que ellos lo que necesitan es publicidad. ¿De qué sirve que tengamos una legislación que proteja a las bandas obligando a que le compren el disco por 15 o 20mil pesos, si la gente no conoce lo suficiente de su música? Más fácil le invierte eso a un disco de Radiohead o Rihanna, cuya ‘calidad’ está más que comprobada. Por eso Pornomotora empezó a regalar sus discos, porque en las tiendas se estaban llenando de polvo. Supongo que un artista de verdad prefiere que su música sea conocida en todo el mundo que vivir en una mansión. Además si su música no es conocida en todo el mundo, difícilmente le alcanzará para la mansión.

Tener un producto original es simpático, tiene un gran valor emocional, y por eso la gente lo sigue haciendo a pesar de que sea desventajoso. Yo lo haría, eventualmente, en una situación un poco más cómoda. Muchas personas, de hecho, se han comprado original el disco que descargaron porque necesitaban saber si valía la pena. Esa es otra ley del mercado, uno tiene que conocer bien lo que va a comprar antes de comprarlo. ¿Ven que ataco a la ‘máquina’ con sus propios preceptos?

La industria si quiere seguir existiendo debe perder esa obsesión con la música grabada, que igual se sigue vendiendo. Entender que no está vendiendo LA MÚSICA, porque gracias a la tecnología, esta se convirtió en una entidad etérea que va de aquí para allá y no está aprisionado en un plástico redondo. Lo que hace es vender parte de la experiencia que trae la música, a través de un objeto coleccionable, de un artículo de estatus, más que algo realmente ‘útil’. La música es un animal suelto. Está en YouTube, en el celular, en la radio, en el bar, en el computador de tu amigo. Lo que hay es experiencia musical, y eso todavía se puede explotar comercialmente, con productos más difíciles o imposibles de falsificar: merchandising, Conciertos, sobre todo conciertos. La experiencia en vivo es única e irreemplazable, y así les de pena y miedo decirlo a los que defienden el statu quo, la piratería favorece las asistencias a conciertos.

Señores, el negocio cambió.

Todo sin hablar del enorme valor que tiene la piratería para acortar la brecha entre las sociedad ricas y pobres y aumentar el capital cultural e intelectual de los individuos, permitiendo que economías familiares modestas se den el lujo de tener discografías y filmografías completas, libros en otros idiomas, joyas literarias o académicas que hace 10 años serían un sueño inalcanzable para un universitario o colegial colombiano estrato 3. Perdón, pero yo estoy seguro de que al señor Woody Allen poco le afecta que yo me baje sus películas, y en cambio a mí me pueden cambiar la vida.

Gracias.

martes, 11 de enero de 2011

‘’Timmies O’Toole’’ y ‘’Ardillas Lincoln’’: De la Espectacularización y Sobreactuación en los noticieros.

Las comedias animadas pueden ser excelentes a la hora de ilustrar los vicios de los medios informativos. Aunque lo hacen de forma evidentemente exagerada, logran ponernos en alerta acerca de las deformaciones, ocultaciones y sobreactuaciones en los que estos incurren en su afán por mantener los niveles de popularidad. Un capítulo de The Simpsons nos sirve como ejemplo: la trama principal es la de la caída dentro de un pozo de un niño llamado Timmy O’Toole, que es en realidad un invento de Bart quien hace la voz del niño a través de un dispositivo radiotransmisor. Mientras el pueblo ignora lo que hay detrás, los medios de comunicación realizan un exhaustivo cubrimiento y lideran una campaña de solidarización con el niño, haciendo que este sea claramente lo más importante en la agenda informativa. En un momento en que Bart se ríe de lo que está sucediendo, Homero lo regaña diciendo que Timmy O’Toole es un héroe. Lisa le pregunta el porqué de esta afirmación. Homero notablemente confundido y carente de argumentos responde algo como ‘Porque se cayó a un pozo’ y agrega al final ‘eso es más de lo que tú has hecho’.


Esto no es sin embargo lo más gracioso y diciente del capítulo, sino lo que ocurre al final cuando se descubre el engaño. En medio de la enorme decepción e indignación, el reportero que descubrió el caso Timmy O’Toole necesita una nueva historia, y enseguida recibe la llamada esperada. Entonces los medios publican la flamante noticia de que se ha encontrado a una ardilla muy parecida al presidente Lincoln. Pasan algunas horas y en el noticiero sale un boletín especial. El presentador dice: «La ardilla Lincoln ha sido asesinada y seguiremos la noticia toda la noche, si es preciso».

En Timmy O’Toole vemos el enorme atractivo que para los medios informativos tienen los desgraciados, a quienes se llega en ocasiones a convertir en héroes cuando no han sido nada más que desafortunados. Mientras que la Ardilla Lincoln – aunque comparte un poco los rasgos señalados en Timmy – representa más el oportunismo, y la desmesurada fijación de estos medios por lo exótico y lo novedoso, que pese a no representar incidencia alguna en los asuntos de la comunidad, termina imponiéndose en la agenda. Además de la tendencia a dedicar extensos cubrimientos a acontecimientos que ya no avanzan. ¿Con cuánta frecuencia tenemos Timmies O’Toole y Ardillas Lincoln en nuestros medios de comunicación, especialmente en los noticieros de televisión? Digo que esto ocurre más de lo que la gente es capaz de percibir, ya que esta forma de programar la agenda ha llegado imponerse como la normal de hacer las cosas en estos medios. Una forma que se presta para múltiples omisiones y para caracterizaciones excesivamente emotivas y pasionales de los hechos en detrimento del análisis consciente y bien documentado.

Para empezar hay que reconocer que los noticieros de televisión colombianos son, como los de muchos países de occidente, órganos de info-entretenimiento. Y esto funciona en dos sentidos. Es decir, no sólo en que incluyen dentro de la estructura del programa, vastos espacios para la difusión de temas y noticias relacionados con la cultura popular, el mundo de la farándula, los eventos sociales, sino en que la parte del noticiero que está dedicada a los temas ‘serios e importantes’ se impregna de ese espíritu de espectacularización. ‘Impacto’ es la palabra que mejor define el criterio que ha venido a imponerse a la hora de escoger los contenidos y la forma de presentarlos en los noticieros. Así lo señala García Avilés:

Si las cifras de audiencia se erigen como la referencia para valorar un programa, su calidad informativa queda relegada a un segundo término. Es entonces cuando los contenidos y las formas narrativas se seleccionan teniendo como criterio supremo el impacto que puedan causar en la audiencia, en lugar de la capacidad para suministrar información relevante, de la forma más rigurosa posible. (García Avilés, 2007, p. 50)

Es decir que el cubrimiento de los acontecimientos, en muchas ocasiones, encuentra justificación para alargarse no necesariamente en el interés de precisar y profundizar en la información, sino en el de prolongar por el mayor tiempo posible el impacto emotivo de este hecho. Una lógica, que si hemos de comparar con la de alguna narrativa particular, será con la de la telenovela. A veces, como ocurre en el ejemplo de Timmy O’Toole, esta sobreatención y dramatización de los medios apoya la movilización ciudadana, y las cruzadas que tienen como fin el bienestar del personaje o personajes afectados, por lo cual podríamos hablar de un mal necesario. Y es que lo sería si no tuviésemos otros elementos qué considerar.

Un ejemplo de hecho noticioso que nos muestra como la cuestión va más allá, es el de las liberaciones de los secuestrados. Generalmente, en el cubrimiento de estos acontecimientos, no se puede hablar en sentido estricto de un criterio de incidencia sobre un gran porcentaje de la población, aunque se piense que son encuentros decisivos para definir el panorama político del país, porque me atrevería a decir que este trasfondo no es percibido por el grueso de la población, que principalmente se fija en ellos por razones sentimentales. Estos eventos tampoco cumplen con la característica de novedad o imprevisibilidad, ya que, muy al contrario, han sido perfectamente coordinados. A pesar de esto, un suceso de esta naturaleza – el antes, el durante y el después – ocupa gran parte del espacio de emisión de noticias durante al menos una semana, con lo cual obviamente se resta peso a, o se dejan completamente de lado, una serie de eventos de la actualidad que pueden ser igual o más relevantes. Aunque no se descarta que en estas operaciones programadas que cumplen un proceso puedan existir alteraciones e imprevistos, el trabajo del medio informativo debería ser registrar la novedad en cuanto esta ocurra no la permanencia y la normalidad.

En ese sentido, lo informativo pierde el carácter de novedoso ya que simplemente está cerciorándose de que las cosas sigan como deben ser, y esto sucede porque el objeto de cubrimiento es espectacular y mueve una gran cantidad de sentimientos. Como ocurrió con el rescate de los mineros chilenos atrapados. La transmisión segundo a segundo de la operación tornó la situación en una telenovela en la que el espectador se encuentra vinculado emocionalmente a los personajes y necesita estar al tanto de cada cosa que haga o diga, aunque no sea realmente revelador. En términos estrictamente informativos era importante saber que la operación había comenzado, que los mineros se encontraban bien, y que esta había finalizado exitosamente. Y avisar cuando algo saliera mal, o simplemente fuera de los planes. Sobra decir que en este tipo de acontecimientos tampoco es posible que el televidente haga gran cosa en favor de lo que está pasando, por lo cual el atributo de concienciación está prácticamente descartado.

Todo esto es importante sobre todo porque muchas de esas otras informaciones relegadas o ignoradas pueden constituir otras versiones de la misma problemática, pero que no resultan tan llamativas o accesibles. Por ejemplo, relativo al caso anterior, por la misma época muchos hicieron denuncias acerca de mineros atrapados en minas del país a los cuales los medios de comunicación masivos no prestaron atención.

Este tratamiento hace que los noticieros de televisión resulten inconsecuentes e incoherentes con la sociedad en la que están inmersos, ya que terminan mostrando como excepcional o fantástico lo que no es más que el suceder cotidiano de un país problemático, dándole tintes cinematográficos a procesos programados, mientras se dejan en la oscuridad otros más dinámicos o graves o anteponiendo el impacto de eventos que ocurren por fuera de nuestras fronteras al interés por las problemáticas locales.

Con preocupante frecuencia los noticieros terminan convirtiendo a las víctimas del conflicto y la descomposición social en mártires e incluso héroes. Con la aclaración de que con la misma facilidad, y ausencia de matices, pueden llegar a transformarse en los villanos. Como ocurrió con Ingrid Betancourt, quien no hizo nada tan bueno como para su primera catalogación, ni tan malo, como para la segunda.

Otro caso notable de sobreactuación es el del niño Luis Santiago – nótese cómo el despliegue mediático posibilita que en un país de asesinatos y violaciones, un nombre propio pueda ser recordado, citado y comprendido sin problema -, cuya brutal historia capturó la atención de Colombia por una buena cantidad de tiempo. ¿Cómo se explica que un país con tan altos índices de violencia – también en contra de los menores de edad – viva y sufra de forma gigante un solo caso? Si se le diera tal cubrimiento a cada hecho atroz, no quedarían, sin duda, espacios en la televisión para alguna otra cosa ni lágrimas en los cuerpos de los colombianos.


Nada qué decir ni a favor ni en contra de este tipo de homenajes - hay varios -. Simplemente lo incluyo por si es necesario refrescarles la memoria y como muestra de todo lo que se generó a partir del hecho.

Un caso como el de Luis Santiago muestra una operación de sinécdoque; la parte por el todo en torno a la problemática de la violencia contra los niños. A través de un caso ejemplar – con la suficiente fuerza visceral para penetrar en la mente y el alma de los ciudadanos – se consciencia a todo un país. Al menos así lo sería en la visión más optimista posible. Pero quedan dudas de si esta es la manera más correcta de hacer las cosas, y no un simple reduccionismo. Cabe preguntarse cuál de estas posturas es la más benéfica para el interés público, ¿la de darle a cada caso una dimensión, en términos de tiempo y profundidad, coherente con su relevancia o la de llevados por el sentimiento y el oportunismo, dedicarse de forma exhaustiva y preferente a uno o unos pocos?

Este es un asunto éticamente complejo, ya que es difícil acusar a los medios de comunicación de estar perpetuando un mal, cuando en apariencia están siendo bondadosos y no están incurriendo directamente en conductas satanizadas como el ‘amarillismo’ o ‘sensacionalismo’, al menos en la definición tradicional de estas. Se les puede sindicar más fácil de excesiva sensiblería y ausencia de visión panorámica. Pero hay pocas disculpas cuando consideramos el hecho de que, comparados con los de hace 15 años, los noticieros son mucho más largos y ahora cuentan con medios alternos de apoyo, a través de Internet e incluso sucursales en otras frecuencias de televisión, por lo cual no deberían tener mayor problema en pasar todo lo que es pertinente con la cantidad necesaria de tiempo para informar completa y correctamente al televidente.

Sin embargo, lo sabemos, hay factores oscuros envueltos en la elaboración de estas parrillas de información, y no todo, o más bien muy poco, es exceso de ingenuidad o melosería. Tenemos por ejemplo, a las conocidas cortinas de humo, que es la forma de referirse a esas noticias – generalmente de temas amables o por lo menos sin relevancia política – que parecen colocadas estratégicamente para desviar la atención sobre informaciones que comprometen a personajes o instituciones de alto rango. Siempre es más fácil lidiar con un tema que no genere ni división ni polémica: Todos están en contra del que secuestró y asesinó a Luis Santiago, todos quieren que los secuestrados lleguen sanos a casa, todos quieren que el sistema adecuado para sacar a los mineros funcione a la perfección. No son temas espinosos. Además de que la forma de presentarlos, particularmente en el caso de Luis Santiago, hace menos fácil ligarlos a problemáticas sociales bien formuladas. La noticia se vive de forma aislada, como si todo el mundo fuera bueno y todo funcionara perfectamente en el país excepto por X caso aberrante. No se pone en cuestión la estabilidad del sistema. Sin embargo este es el estilo que impera, porque así parecen demandarlo la audiencia:


Se advierte (…) un cambio en las prioridades de lo que se considera noticia, ya que se amplía el tiempo dedicado a estos asuntos [los triviales], en detrimento de temas políticos, económicos o sociales (…) el infoentretenimiento en los canales europeos se caracteriza por conceder un mayor énfasis a las historias de interés humano, así como un cierto descuido de las llamadas noticias duras sobre acontecimientos políticos e información internacional. (García Avilés, 2007, pp. 51-52)

Es decir que lejos de querer vislumbrar los fallos estructurales de la sociedad, el televidente promedio prefiere encontrar personajes e historias a través de las cuales sentir, verse identificados o simplemente condolerse.

La cuestión es que ya sea más por las presiones políticas o por los mayores réditos económicos – a través de los altos ratings y patrocinios - que da la telenovelización de la información, los noticieros televisivos están actuando de una forma que deja muchos vacíos y sinsabores para la opinión pública, que debe formarse a partir de unas parrillas informativas muy sesgadas, muy estrechas. Evidentemente esto logra restarles credibilidad a los noticieros en ciertos sectores – seguramente los más ‘intelectuales’ o de mayor escolaridad - y obliga a las personas a buscar en otros canales – en el sentido global del término - donde las informaciones estén jerarquizadas de manera distinta.

Bibliografía

García Avilés, José Alberto (2007), El infoentretenimiento en los informativos

líderes de audiencia en la Unión Europea, en Revista Analisi #35, (PP. 47-63)


Ensayo presentado para la Clase de 'Ética en los medios de Comunicación', de la carrera 'Comunicación Social con formación básica en Periodismo' de la Universidad del Valle, para el semestre académico Agosto - Diciembre de 2010.

jueves, 6 de enero de 2011

El mundo de los 140 caracteres - Parte 2

Del sentido global de Twitter y por qué es y debe ser diferente a Facebook

Ya son ocho meses como un tuitero activo, que ha hecho más de 4000 actualizaciones, que incluyen anhelos, comentarios, recomendaciones, opiniones, citas, aforismos, juegos de palabras, sinsentidos, links a cosas que he hecho en otros lugares de la red, entre otras modalidades. De todo esto me han quedado múltiples apreciaciones, generalmente positivas acerca de las posibilidades-expresivas-y comunicativas del servicio, con lo cual obviamente, tuve que tragarme todas las palabras, juicios acusadores y menosprecios que hice en un principio a Twitter, cuando simplemente lo vi desde afuera.

El primer descubrimiento importante fue el de que Twitter cumple una función necesaria. Dar cabida a todas construcciones del lenguaje, pequeñas pero dotadas de enorme significación, que pueden perder su efectividad y su oportunidad de ser recibidas al fundirse entre enunciados mucho más grandes o plataformas mixtas donde otros modalidades de escritura le hacen ruido, lo obstactulizan. También aprendí que el qué pasa es sólo una metáfora. Y puede ser cualquier cosa, tan banal o grandilocuente como nuestro uso del lenguaje lo permita.

La restricción de caracteres en Twitter no va necesariamente en menoscabo de la intelectualidad, sino que se convierte en un elemento catalizador. Si los usuarios son inteligentes, van a encontrar la manera de organizar y desarrollar su idea en un formato que es contundente, de fácil apropiación y difusión, que dará poco lugar a malentendidos, y que pasará a cohesionarse con muchos otros de similares características que estén entrando en flujo en ese momento. El usuario que requiera expresar una idea decisiva tiene la posibilidad de hacerlo en muy poco tiempo y con la confianza en que ésta se diseminará rápidamente por la red. De esa forma está pensado el diseño de la página. Por eso Twitter no distrae su intención con adornos. No es una red social en el sentido clásico de incluir sección de fotos, comentarios, gustos personales. La fuerza está en el mensaje. En lo que se dice, y no tanto en quien se es. Aunque por supuesto a partir del mensaje se construye la imagen de cada uno, y se producen los fenómenos de tuiteros estrellas o tuiteros que son reconocidos por un estilo particular de trinar. Pero todo, o casi todo, está en el discurso.

Comparar Facebook y Twitter por tanto es absurdo, porque son radicalmente distintos. Aunque se puede hacer, basado en el hecho de su popularidad, para establecer algunos argumentos, y encontrar algunas pautas, en torno a lo que la gente busca hoy en día en términos de comunicación y socialización. Twitter sí es social, no sé si una red social, pero tiene unas mecánicas particulares que lo hacen más enfocado que Facebook, que simplemente es un directorio de hojas de vida de personas. Por ejemplo, en Facebook no hay concepto de éxito o fracaso. En Facebook la gente te elimina de sus amigos por situaciones ajenas a la red social – problemas en la realidad, o que simplemente no le caes bien -. En Twitter, en cambio tu vida y tu persona importan poco, y pierdes seguidores por no ser capaz de entretenerlos o por hablar mucha mierda. Es decir, en Facebook el éxito es casi dependiente del éxito que se tiene en la vida real; el que usa mucho Facebook no es mejor que el que lo usa poco, simplemente son hábitos diferentes. En Twitter hay un éxito sujeto a las reglas internas.

Esas reglas o pautas nacen de los aditamentos que tiene el mensaje de máximo 140 caracteres, que es el único medio real en Twitter. ¿Qué hay? Contador de Tweets, número de seguidos y seguidores, un botón para Retweet (citar y compartir con tus seguidores lo que dijo otra persona) y otra para ‘favear’ (darle una mención especial al tweet de alguien y hacer que entre en un apartado especial) y las Listas, que son creadas por los usuarios para categorizar a quienes siguen según condiciones específicas y que de paso otras personas encuentren más fácilmente usuarios para seguir (por ejemplo, una lista que diga ‘lindas e inteligentes’ será un excelente referente para alguien que esté buscando nuevos followings.) Todas estas funciones son computables, sobre todo con la aparición de múltiples aplicaciones de terceros (Favstar.fm por mencionar la que se viene más rápido a la cabeza) que hacen el asunto más divertido y competitivo. Efectivamente, todos estos son ítems de competencia y figuración. Generalmente quién tiene demasiados amigos en Facebook es porque conoce a mucha gente en la vida real o es un stalker de primera. No hay en realidad, ‘facebookeros famosos’: sólo gente intensa que agrega a todo el que puede, o famosos que tienen Facebook. ¿Por qué? Porque Facebook es restrictivo, ya que aparte de que no está pensado para la difusión de mensajes particulares, es muy difícil que estos trasciendan por las herramientas de privacidad. En general, esa no es su lógica. Facebook trata de parecerse a la vida en un sentido global, mientras que Twitter es la vida en movimiento, la vida que genera sentido a través de los mensajes con una intencionalidad marcada. Es cierto… algunos pretenden usar Twitter como Facebook. Bien, éstos tienden más fácil a aburrirse.

En Twitter no existe la ‘amistad’ como en Facebook. Las cuentas no son automáticamente recíprocas. Existe la opción de seguir sin ser seguido, o ser seguido sin seguir. Porque, como dije, prima el mensaje, no la persona – con lo cual no digo que no deba existir la cortesía en Twitter, y que no sea divertido y constructivo crear lazos con los otros usuarios -. Pero en este sentido es como un blog y no como Hi5, MySpace o Facebook. Usted no dejaría de seguir a su distribuidor favorito de música o pornografía en blogger sólo porque él no sigue su blogcito donde se queja cada vez que su pareja le queda mal. ¿o sí? Más o menos así es Twitter. Algunos explotan mejor el mensaje que otros, o con otras intenciones. Por supuesto, todas son válidas, pero no a todos los mensajes nos parecen valiosos, entretenidos o pertinentes. Por supuesto, a diferencia de un blog tradicional, existe la capacidad de conectarnos más fácil emocionalmente con los microbloggers, ya que su personalidad y calidad humana quedan mucho más presentes en esos mensajes de 140 caracteres. También pueden surgir amistades de allí, pero cuando se siguen a más de 300 personas obviamente esos casos son los menos.

En Twitter, la capacidad de interconectividad permite que a través de los mentions y retweets salten en nuestro timeline, nombres que – aunque no los sigamos – se nos irán haciendo frecuentes hasta que lleguemos a seguirlos admirados por su constancia e ingenio, o bloquearlos, hastiados porque no compartimos sus ideas. Generalmente estamos compitiendo porque nos lean más.

Es verdad que Twitter es poco apto para la discusión, a menos que se quiera enfrascar uno, y el otro u otros, en una secuencia larguísima de mentions que quizá quienes están involucrados encuentren maravillosa, pero los observadores, que no tienen velas en el entierro, que tienen que sufrir la discusión en su Timeline, morirán del aburrimiento. Igualmente quien abre el perfil de un usuario y encuentra toda esa cantidad de mentions – especialmente si algunos son simplemente ´jajaja’ – sentirá pocas ganas de seguirlo. Sé que muchos deploran a lo que apunto, a que Twitter sea principalmente un extenso monólogo, donde todas las voces se funden y nadie se entiende con nadie. Pero es una limitante. Y poco se puede hacer. La contradicción a un argumento, casi siempre tiende a ser más larga que el argumento, a menos que se limite a decir ‘no es así’ – lo cual por supuesto no resuelve nada -, y en el caso de Twitter, la réplica arranca limitada por el hecho de tener que incluir el @username del dueño de la idea sobre la cual se va a discutir.

No hay que echarse a morir por ésto. Tenemos mensajes directos – que muchos parecen despreciar – para esas discusiones que ya se vuelven personales y no aportan nada para quienes ven nuestros timelines. O llevarlas a medios en los cuales podemos conversar a nuestras anchas, como Messenger o qué sé yo. Sin embargo no quiero decir que en Twitter cada uno por su lado. Las formas de socialización están dadas, y depende de cada uno encontrar la forma más inteligente de llevarla a cabo – sin necesidad de tornar su timeline en un vulgar chat -, para demostrarle a los incrédulos que ésta no es una vaina de autistas.

El mundo de los 140 caracteres - Parte 1

Mi primer fracaso en Twitter

Fue como a principios de 2009 cuando escuché hablar por primera vez de un nuevo y revolucionario servicio llamado Twitter. Fue en uno de esos blogs a los que uno llega al azar buscando información sobre cualquier cosa en una tarde sin mucho qué hacer, y lo que me pareció llamativo fue que lo presentaban como una plataforma de microblogging, del cual se decía que iba a ser un concepto que marcaría la parada. Bastante animado, accedí a la página de Twitter y vi que tenía un video que explicaba en qué consistía. Quedé pasmado ante el absurdo del concepto. ¿De verdad era real tanta carencia de todo? Pensé, «esto no puedo ser aquello de lo que todo el mundo esté hablando. Algo así no puede tener éxito; no va a tener éxito.»

Andaba en mi momento de hostilidad máxima hacia Facebook, totalmente decepcionado de los alcances que éste estaba teniendo, y el descubrimiento de Twitter me parecía la gota que derramaba el vaso de la estupidez digital. Justo cuando reclamaba y anhelaba mayor profundidad y seriedad en los contenidos de internet, me salían con la cosa más intrascendente posible. Vi a Twitter como un Facebook despojado de absolutamente todo, excepto de la opción de publicar estados, y, con un límite de caracteres bastante más drástico. No fotos, no videos, sólo texto, 140 caracteres, no vi cómo la gente podría encontrarlo atractivo. ¿Un sistema de comunicaciones para reportar qué pasa?, eso no tenía razón de ser.

Pasó el tiempo, y fui un enemigo de Twitter en silencio. No tenía cuenta, y como nada que se popularizaba por estos lados, no surgían las discusiones en las cuales pudiera lanzarme en su ofensa. No lo necesité hasta que Radiónica – la única emisora musical decente que se puede escuchar por radio normal en Colombia – empezó a realizar actividades por ahí. Así que de un momento a otro abrí una cuenta para participar por un premio. @luciddreamer, fui por unas semanas o unos pocos meses. No gané y me encontré totalmente perdido allí. No entendía la diferencia entre un tweet y un mensaje directo. Era como uno de esos usuarios inútiles de los que ustedes se burlan por ahí, siguiendo como a 10 referentes famosos y sin un seguidor, aunque yo no tenía un huevo como avatar y me había arriesgado a subir una foto personal. No conocía a nadie, absolutamente nadie, que usara Twitter, así que dejé las cosas allí. No volví a revisar mi cuenta hasta que descubrí que mi novia del momento tenía cuenta. Seguirla a ella y que ella me siguiera no mejoró las cosas. Para decirle algo, tenía otros medios. Si lo hacía por allí, era simplemente porque era divertida. En esa situación, no vi mucho sentido a la vaina y huí con el rabo entre las piernas.

No guardé rencor hacia Twitter. Y en el fondo quería volver, como si supiera que había algo qué hacer allí. Un día de esos andaba reflexionando sobre la posibilidad de hacerlo, cuando un amigo de last.fm – señor @callamand – me preguntó si tenía Twitter. Me decidí, y volví a hacerle…