lunes, 17 de octubre de 2011

De representaciones, estereotipos y dignidad nacional.

¿Existirá en el mundo un pueblo que se sienta ofendido tan frecuentemente como el colombiano? ¿Serán los constantes lloriqueos producto de una verdadera campaña de deslegitimación proveniente del primer mundo?

Carla Bruni, Señor y señora Smith, Bruce Willis, David Letterman, y muchos más, tienen en común el haber incitado la indignación de un país que no soporta que se diga una cosa más sobre él que no sea acerca de los triunfos de sus estrellas, la calidad de sus exportaciones o la belleza y espíritu trabajador de su gente. Esta actitud en la sociedad colombiana se ha hecho patológica. Es incapaz de recibir de buena manera cualquier crítica o referencia a los problemas del país, aunque provengan de un universo [pretendidamente] neutral como el arte —Incluyendo aquí la comedia—.

Los teóricos le otorgan a la dimensión estética un carácter antiséptico y aislante. Como si lo que ocurriese dentro de la producción artística no debiera necesariamente responder a los condicionamientos de la sociedad organizada, ni en términos de bueno o malo ni de verdadero o falso. En cualquier caso, los productos culturales pueden promover buenos o malo sentimientos, así como realizar lecturas documentales de la realidad, o distorsionarla en los amplios caminos de la ficción.

Aquí se pretende que la ingenua campaña por mejorar la imagen de un país —Ya que no su realidad esencial— decida qué es correcto mostrar y decir para cineastas, escritores, músicos o comediantes. ¿Tiene esto sentido?

''¿Pero es que por qué siempre nosotros como los malos?''. Por favor, el cine en su modelo clásico gira en torno a conflictos y, por una convención que asegure su rentabilidad, preferiblemente conflictos que sean ampliamente reconocibles y entendibles para el público masivo. Así que olvídense de una película acerca de las bondades del café colombiano, porque allí no existe un conflicto, o al menos no uno lo verdaderamente fuerte. Claro que se puede hacer películas sobre temas amables, conflictos que no tengan que ver con el narcotráfico o la guerra de un país, pero ese no es el punto, porque estamos aceptando el hecho de que existe un género de películas que privilegia la acción y la emoción generadas por el crimen y la violencia, y que éste es enormemente solicitado, aunque quizá usted y yo lo disfrutemos muy poco.

En este orden de ideas, usted no podría esperar que surgieran muchas películas sobre terroristas austriacos, sobre turismo sexual en las Islas Feroe o desnutrición en las calles de Montreal. Aunque como ejercicios de ruptura podrían ser muy interesantes, pero desconcertantes para un público que tiene una idea de más o menos cómo funciona el mundo y espera que se le respete. El tercer y el cuarto mundo son los que contienen la mayor cantidad y gravedad de conflictos sociales para cierto tipo de cine.

''¿Pero por qué dicen mentiras sobre mi país?''. Este es un punto importante y delicado. Recordemos que la narrativa es un universo donde lo verosímil pesa más que lo 'verdadero'. No es necesario que algunos personajes o situaciones que se crean estén inspirados en personajes y situaciones exactas del real. De otro lado, es posible que muchos eventos perfectamente documentados no sean tragables para el espectador —el típico 'cuando la realidad supera a la ficción— o simplemente carezcan del atractivo necesario.

Lo importante es que el espectador, por lo que le permite la información de contexto más sus insumos culturales, admita que lo que se le está mostrando pudo o podría pasar, y que sea entretenido. Aquí entran en juego los estereotipos y las representaciones sociales. Yo estoy convencido de que deben existir ingleses impuntuales, judíos desprendidos e islandeses guapachosos, pero para el lenguaje cinematográfico son mucho más convenientes los rasgos que se han convertido en lugares comunes —cuando se opta por desafiar la regla general, debe hacerse por una muy buena motivación—, especialmente si son rasgos conflictivos y sobresalientes, aun cuando solo representen a una pequeña parte de la población. Esto es muy importante porque, por ejemplo, cuando se hace una película sobre un colombiano sicario, no se está señalando que casi todos los colombianos son sicarios; más bien, se está señalando que de los sicarios que existen en el mundo, una buena parte son colombianos. El problema es que la mayoría de los patriotas ofendidos realizan la primera operación lógica, la incorrecta: un sofisma.

Los estereotipos no son necesariamente buenos ni necesariamente malos. Cada uno debe ser analizado en su contexto específico: algunos son más acertados o justificados que otros. En general, los estereotipos tienen una utilidad social; ayudan a dinamizar las relaciones sociales y a que los individuos se formen una imagen menos caótica del mundo (tengo bibliografía sobre ésto, pero me da pereza citar. Más bien si alguien está muy interesado en el tema, me puede decir y le facilito información).

Además, si aún el cine documental reconstruye la realidad, haciendo omisiones y adiciones, ¿por qué pedirle a la ficción que sea tan responsable? Su misión es crear una experiencia inspirada en la realidad, pero independiente de ella, y que el espectador se olvide de quién es por un par de horas. ¿Que en Mr. and Mrs. Smith se muestra a Bogotá como una ciudad calurosa y poco desarrollada? Bueno, éste es un craso error que solo debería ofender al equipo producción de esa mediocre película. No sé si se hizo adrede. Es probable que hayan pensado que para muchos espectadores alrededor del mundo sería una representación verosímil de la capital de Colombia, y que efectivamente lo haya sido gracias al pobre nivel de cultura general de esos espectadores. Creer que todo el territorio colombiano es llano, cálido y rural no es un prejuicio o un estereotipo negativo; es simple y grosera ignorancia.


¿Fue un error con intención política? No estoy yo para decirlo. Creería que fue más bien fue una treta de la producción. Más que una ofensa a la dignidad de un país, es una ofensa al arte cinematográfico y a la inteligencia del espectador, cuando esta tuviese lugar.

¿Que Carla Bruni puso en una canción ‘más peligroso que la cocaína colombiana’? Bueno, tal vez pudo haber sido menos ruda y haber dicho que ‘eres más peligroso que la cocaína de Montpellier’. Ya, en serio. Es música. Es arte. Si dejaran de pensar, por un instante, que Colombia es el centro del universo, se darían cuenta de que las distintas manifestaciones artísticas durante siglos han expresado TODAS las circunstancias, las alegres y las penosas, de la raza humana y la sociedad que ha constituido. Todo ha quedado en evidencia a través de novelas, películas, canciones, esculturas, pinturas, etc. Lo que es, lo que fue, lo que será y lo que se sueña. El arte no puede estar en función de los intereses de las empresas promotoras de turismo.

Si Colombia deja de pensar, por unos instantes, que todo el mundo está pendiente de ella, observaría como son mostrados los individuos de otros países o grupos sociales en el discurso de los medios, la televisión, el cine. Vería que en Los Simpson El Gordo Tony es un mafioso italo-americano, el hombre abejorro un bufón mexicano y el niño albanés por el que intercambian a Bart en cierta ocasión es un espía con fines militares en contra de los Estados Unidos.

Está claro que cuando el sentimiento de cohesión e integridad de un grupo social —o todo un estado nacional, como en este caso—no es lo suficientemente fuerte, no puede evitar sentirse amenazado a cada paso. Cree que desde una y otra dirección se intenta menoscabar su dignidad, cuando nadie lo ha hecho tanto como él mismo.

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