sábado, 24 de noviembre de 2012

Carta de un agnóstico a Dios

Dios, no te amo. No puedo amarte porque no te conozco. Fui instruido en una religión que tiene como principal ley amarte por encima de todas las cosas, pero no puedo amarte más de lo que amo una canción de My Bloody Valentine o el sabor de las fresas. Si efectivamente este vasto y complejo universo es obra tuya, digamos que admiro tu creación.

Pero solo porque mi existencia se debiera a ti, ¿estaría obligado a amarte? Eso me pone a pensar varias cosas. Por una parte, ¿un ser tan poderoso daría origen a una civilización con el principal propósito de que le adorasen? Es decir, ¿crearía seres y en un principio les hablaría mucho, les explicaría todo y les daría unas leyes, para en un momento simplemente negarse a comunicarse con ellos y dejarlos durante siglos y milenios a la guía de unos cuantos tipos poderosos y unos registros de dudosa fidelidad?

¿Y el objetivo a largo plazo sería que demostraras tu poder triunfando sobre el pecado? un concepto que tú mismo creaste. Francamente, la storyline de la biblia no me convence. Además es un guión que requiere un recurso muy pobre como es el Deus ex Machina (debes de estar riéndote, yo sé que sí).

¿Y finalmente qué es el amor? Es una palabra que usamos, es un instrumento del lenguaje, ¿pero llegamos a entender realmente de qué estamos hablando? ¿Seguro que la gente te ama sobre todas las cosas? ¿No será que simplemente tienen miedo de que los achicharres?

Bueno, digamos que muchos te aman y te expresan gratitud porque les ha ido bien en la vida: tienen familias comprensivas, buenos trabajos, relativa buena salud. De hecho, mi vida es lo suficientemente buena como para estar así de agradecido. Pero lo siento, no puedo sentirme complacido por esas bendiciones por respeto a toda esa gente que cree en ti y vive en la miseria, y la violencia. No soy tan petulante para creer que tengo algo especial que me hace más digno de tus regalos, ni me atrevo a creer que tienes favoritos. Me niego a pensar que odias especialmente a los haitianos y ruandeses. Y esa ironía de que los países más ateos son los más ricos y pacíficos, ¿la has notado? Qué cosa más rara.

Por otro lado, tampoco creo que manipules los partidos de fútbol ni que ayudes a nadie a ganar un examen. No me parece que alguien de tu categoría se preste para las trampas. Ni que te rebajes a servir en las tareas más básicas de los humanos. No creo que tu intención haya sido dar vida a unos peleles que no son capaces de dar tres pasos sin pensar en que necesitan tu apoyo.

Espero que si existes, sepas juzgarme objetivamente; por mis logros y aportes, y la forma como sorteé las limitaciones de mi condición humana. No creo que seas del tipo de engreído que me eche en cara no haberlo adorado ciegamente. Me da un poco de pena la forma como la gente te pinta, y el hecho de que crean que pueden definirte con precisión y saber qué opinarías sobre cada tema. Dicen amarte y respetarte por encima de todo, pero te subestiman. Creen que eres como cualquier rey, sensible y sugestionable. Creen que te preocupas por nimiedades y que pierdes el tiempo rastreando cada pequeño acontecimiento de nuestro mundo.

Ahora, también es posible que no existas. Si no eres un dios personal, sino una energía completamente inentendible desde nuestra realidad, probablemente no te interese leer mi carta. El lenguaje humano sería un vehículo de comunicación demasiado pobre para ti.

Claro, heriría mucho mi ego que no fueras una especie de mandamás con el que puedo entenderme y quejarme por la ingenuidad de mis ''hermanos''. Y es que yo mismo soy un ingenuo, porque mientras te escribo te imagino con barba y en un trono leyéndome, cuando podrías ser una mujer hermosa o una babosa gigante. O quizás cambias de forma según tu estado de ánimo.

Pero debo decir que, por lo demás, la vida no me cambia mucho si existes o no; y en caso de que existas, no me obsesiono con descubrir tus rasgos. Afortunadamente, hace un buen tiempo que dejé de temer a tu tan mentada furia. Diría que le temo más a los humanos, pero tampoco. Hasta donde prueba la evidencia, solo existe una vida y no me parece adecuado vivirla con miedo. Por eso hoy me tomé el atrevimiento de decirte unas cuantas verdades.

Que estés bien y déjate ver un día de estos.

Los problemas a los que se vería enfrentado un dios personal. 
(Imagen de Alberto Montt)

domingo, 2 de septiembre de 2012

Brutalidad capucha



Los hechos.

Como buen nihilista, no siento simpatía por la autoridad. Tampoco expreso un odio gratuito y automático hacia ella. Simplemente sé que existe por una razón, que en una sociedad habitada por tanta escoria es un mal necesario. Aborrezco por supuesto los actos corruptos cometidos por instituciones como el ejército y la policía, pero no voy por la calle mirando con rabia a todo el que ande uniformado. Especialmente porque nunca he sufrido la tan mentada brutalidad policíaca. De hecho, la mayoría de mis interacciones con la fuerza pública se han dado de forma amable, respetuosa y cordial. Han sido muy serviciales, a decir verdad. Solo recuerdo dos situaciones que podrían servir como ejemplos de roce con la autoridad:

 El primero, cuando en un claro acto de ineptitud la policía me sacó, y a un gran grupo de menores, de un concierto de Misfits en el que no se estaba vendiendo licor. Amablemente nos hicieron subir a un camión y nos mantuvieron asegurados en una estación hasta que fueran a ''reclamarnos''. No recibí ningún tipo de maltrato y, cuando llegó mi hermano mayor, el procedimiento para recuperar mi libertad fue sencillo.

El segundo ocurrió una vez en que llegué un poco tarde a mi casa, que quedaba a unas pocas cuadras del Batallón Pichincha. Un grupo de soldados me esculcó en busca de drogas y uno de ellos en un momento hizo el amague de apuntarme con el fusil. Todos rieron. Ese fue un acto imprudente y desconsiderado, pero más terror me produjeron los compañeros de colegio que me hacían bullying o los capuchos que en cierta ocasión nos persiguieron a un amigo y a mí a la salida de la universidad. Querían que nos fuéramos rápido de allí para que no estorbáramos en su ejercicio heroico. No consideraron que a nuestro lado corrían una muchacha y un muchacho. Ella lo llevaba porque él no podía moverse bien. Había algo malo con una de sus piernas. No recuerdo qué, pero su situación era especialmente riesgosa. Se habla mucho de terrorismo de estado, pero ese día sentí el terrorismo capucho. Estallaron una papa muy cerca a nosotros; nos alcanzaron algunos fragmentos. Desde ese día los odio sinceramente y no me sorprenden sus alcances destructivos.

Dirán que me ha ido bien con la policía porque soy un ñoño. Efectivamente, no infrinjo la ley. No consumo alucinógenos en la calle ni hago grafitis en zonas prohibidas. Tal vez me ayude también el no pertenecer a ninguna minoría. Yo sé que la brutalidad policíaca existe, pero por cosas de la vida he conocido primero otros tipos de brutalidad. Como la brutalidad capucha. Por eso es que me harta un poco tanta canción anti-policía. En una ciudad tan peligrosa como ésta, ver una patrulla me reconforta. Reitero, la autoridad no me produce simpatía intrínseca, pero prefiero estar rodeado de ellos que de asaltantes dispuestos a matar por un celular. Además eso de creer que los policías son simplemente la gente que no aprendió a leer o que no quiso estudiar, como rezan los eslóganes mamertos, es aberrantemente ignorante e ingenuo. 

A mí los policías y soldados, los buenos, como los que me han ayudado, me producen una mezcla de lástima y admiración. Me parece estúpido sacrificar la vida por el servicio a un estado, a una comunidad. Pero alguien tiene que hacerlo. Y yo no soy capaz. Soy un cobarde y un debilucho. Pero ellos por altruismo, por egolatría, porque no tenían otra opción en la vida, o incluso porque en el fondo son unos sádicos que se deleitan con la idea de hacerle daño a otro ser —tal vez son todas las razones a la vez—, sí son capaces y eso merece algo de respeto. Debe de haber muchos que sean unos hijueputas, como también muchos capuchos, profesores, políticos, periodistas o artistas que lo son. Pero muchos otros son gente como usted y como yo, que ama a su familia, que se conmueve con una película y disfruta de un partido de fútbol. Los he visto sonreírme y desearme un buen día. Por eso no ando por las calles pensando que son todos unas máquinas de maldad. Brutalidad hay en todas partes, no solo debajo de un uniforme verde.

Nota final: no sé quién mató al policía, pero quien quiera que haya sido no cambia los pensamientos que he expuesto en este escrito. Por encima de todo, y por la razón que sea, es un gran dolor ver que mi universidad se convierta en un escenario para homicidios.

sábado, 7 de julio de 2012

¿Por qué la columna de Azcárate tuvo más de bullying que de sátira o humor negro?


Sé que ya todos deben de haber leído la famosa columna de Alejandra Azcárate en Aló Mujeres y que para este momento tienen que estar saturados de tanta réplica y reivindicación. Yo mismo estoy un poco cansado del tema y estuve a punto de desistir de elaborar este texto. Además, pensarán, ¿Qué tengo para decir yo si no soy mujer ni gordo? ¿Para qué voy a replicar? Pues bien, sé de un par de cosas que son importantes en este asunto. De comunicación y periodismo —es mi profesión— y de humor —mi tesis de grado es un juicioso análisis sobre la construcción de la comedia—. Por lo tanto, quiero enfocarme en aspectos conceptuales del escrito de la señora Azcárate para revelar por qué es tan malo.

Generalmente, cuando alguno de nuestros flamantes escritores ácidos (Samper, Azableh o cualquier otro) sale con alguna columna controversial, el país se divide: entre los indignados y los que entienden el chiste. Aun en los casos de textos altamente impopulares, aparece uno que otro abogado del diablo —muchas veces este servidor— argumentando que esta sociedad no ha aprendido a reírse de si misma. Sin embargo, para Las 7 ventajas de la gordura de Alejandra Azcárate pareció no haber defensa posible; unánimemente fue enviado al infierno. ¿Es algo personal contra esta figura, de por sí bastante controversial, o hizo algo realmente mal? Lo descubriremos examinando algunas convenciones del universo cómico.

Para empezar hay que aclarar el humor pesado no es cosa nueva. No se lo inventó Matt Groening y de hecho es casi tan viejo como la risa misma. Aristófanes, quien vivió en Grecia cinco siglos antes de cristo, era un satírico tan malicioso como los héroes de Internet de esta generación. La sátira se vale de figuras retóricas; una de las más importantes es la ironía. 

La ironía es un recurso retórico que consiste en la oposición de lo que se piensa y lo que se dice. La mayor parte del texto de Alejandra Azcárate es irónica porque habla de unas supuestas ventajas de la gordura, cuando en realidad cree que ser gorda es de lo peor, como apunta al final. Efectivamente, como ella defiende, su texto es irónico. ¿Cuál es el problema?

La  ironía cómica trabaja sobre asuntos en los que existe disenso

Uno de los principios de la ironía cómica es que se refiera a temas en los que la sociedad no se pone de acuerdo. Si yo digo ''Uribe fue un excelente presidente'', la ironía cómica toma forma porque sabemos que hay muchísima gente que opina todo lo contrario, pero también muchísima gente que piensa que de hecho es así. Funciona así: si yo encarno la opinión de mis contrarios y finjo estar de acuerdo con ellos, pero enumero una serie de atributos de Uribe que en realidad hablan de todo lo incorrecto que hay en él, estoy usando un recurso cómico verdaderamente efectivo. Estoy desmitificando. Como saben, ese recurso lo usa mucho Daniel Samper. No digo que lo haga bien o mal. Simplemente lo hace.

¿Qué hizo Azcárate?

Piensen en esta ironía: el cáncer es buenísimo. No es cómica ni revela nada. ¿Por qué? Porque todo el mundo sabe que el cáncer es malo. No hay nadie que defienda el cáncer. Por eso es imposible generar comicidad con un apunte así. Lo de Azcárate fue algo similar. Se despachó enumerando unas supuestas ventajas de la gordura, cuando la sociedad considera que, en términos generales, la gordura es una condición indeseable. Todos saben que la gordura es problemática. Por lo tanto, ¿qué trató de revelarnos Azcárate? ¿Qué era lo que atacaba? Bullying. Sigamos.




Homero sí quería ser obeso, pero tenía una justificación cómica: su flojera era más fuerte que su sentido de autoimagen.


El humor se hizo para atacar a los fuertes, no a los débiles

Esta no es una verdad absoluta, pero es parte de lo que ha hecho grande y liberadora a la comedia. Los chistes y las demás modalidades cómicas siempre han tendido a igualar a la sociedad, a denunciar los vicios y defectos de los poderosos, de los que se consideran privilegiados. En muchas ocasiones en que la comedia parece atacar a los indefensos, en realidad está encubriendo una crítica a la crueldad de los dominantes, como en aquella columna en que el autor finge ser un godo recalcitrante para demostrar los peores atributos de ese sector de la idiosincrasia colombiana.




O las burlas a la fealdad de Meg y su necesidad por encajar.

¿Qué hizo Azcárate?

Siguiendo con esta idea, Azcárate pudo haber salvado su texto con el párrafo de cierre. De hecho yo pensé en algún momento de la lectura que su diatriba contra los gordos escondería una crítica a la sociedad superficial, a la discriminación y/o a la ''gente bonita''. Ese habría sido el recurso inteligente: atacar al grupo hegemónico. Pero no. Hizo el juego contrario. Fingió (de una forma muy torpe, dicho sea de paso) estar del lado de las gordas, para terminar alabando la imagen de belleza dominante. Emprenderla contra los que ya están en posición de desventaja no es comedia, es bullying.

La comedia generaliza 

La comedia se basa en estereotipos. Por naturaleza, no le interesa mucho centrarse en los matices o en el alma de las personas. Ve rasgos que más o menos se repiten y que la sociedad reconoce: muchachas lindas tontas, políticos corruptos, hipsters pretenciosos, nerds con problemas para conseguir chicas, etc. 

¿Qué hizo Azcárate?

Azcárate lo... ¿hizo bien? Sí y no. Lo más que se le ha achacado a su columna fue el tono generalizador. Muchos le gritaron ''¿Por qué no habló desde su experiencia?'', tomando por sentado que cuando ella fue gorda sufrió todos esos infortunios. A mí parecer, el punto es que ésta fue una generalización excesivamente arriesgada. No todas tienen que ser así de problemáticas, pero ésta lo fue. La población que puede ser catalogada con la palabra ''gorda'' es muy amplia (no es un chiste) y con ella se sienten aludidas mujeres muy diferentes: desde las que simplemente no corresponden al canon de belleza impuesto por estar ligeramente pasadas de kilos, pero son ¡qué mujeres!, y evidentemente no tienen dificultades para tener una vida romántica y social exitosa (como la chica que dice que es un Sofá muy rico; no la conozco personalmente, pero en fotos se ve preciosa); hasta mujeres que padecen obesidad mórbida, que es un problema de salud serio, y por ello pueden (no necesariamente) sufrir de baja autoestima o haber experimentado discriminación laboral, entre otras dificultades.

Para el primer grupo de mujeres, los apuntes de Azcárate resultan desacertados y ridículos; para el segundo, la columna es inapropiada, insensible e innecesaria. Además que en algunos puntos, como en el de no tener muchas chances para conseguir sexo, la autora conscientemente confunde gordura con fealdad, los cuales no son sinónimos.

Risa o indignación

Otro dato sobre la risa cómica. Se considera que ésta tiene una función antiséptica, que cuando emerge por causa del ingenio de una construcción desplaza a lo sentimental y a lo moral. Por eso a veces nos reímos de cosas crueles, sin sentido o que incluso menoscaban nuestra propia imagen. Porque la buena comedia rompe con todo y nos libera. En este escrito de Alejandra Azcárate solo vemos la crueldad y la grosería porque el mecanismo cómico no es bueno. La risa no logra imponerse a la indignación. Dice que es una satírica, pero intentó hacer una sátira sobre un tema en el que no hay discusión, donde no hay nada qué descubrir, poniéndose de parte del grupo hegemónico y haciendo una generalización excesiva. Con esas características no hay excusa de ''es que es humor negro'' que valga.

Es cierto, no tendría por qué reivindicar o ensalzar la gordura. Eso sería irresponsable considerando que, aparte de ser una condición que puede poner en riesgo la salud de las personas, en muchos casos tiene lugar por descuido o malos hábitos. Pero si simplemente quería enviar un mensaje para que la gente se preocupara más por mantenerse en forma, pudo haberse ahorrado todo este circo.

domingo, 8 de abril de 2012

La apatía (Parte 1).

Dígame si a veces ha deseado poder bloquear el Inicio de Facebook. No cerrar la cuenta, porque desea seguir aprovechando el servicio de mensajería y necesita ese espacio para acumular información en torno a su propia vida, sino simplemente dejar de recibir ese tumulto de ideas y apreciaciones de los demás: sus chistes, sus protestas, sus canciones. Porque a lo mejor se siente menos identificado que nunca con esa supuesta comunidad de la que hace parte. Porque antes no era así y usted no tenía necesidad de tener a esta gente tan cerca, dándole detalles de cada pequeño acontecimiento de su vida.

Eventualmente usted podría cancelar la suscripción a todos sus contactos, tendría que hacerlo uno por uno, y terminar con un Inicio solamente al servicio de sus propias publicaciones. Pero esto no lo haría sentir necesariamente mejor. Porque si se vio conducido a tal grado de hastío fue debido a un problema estructural: en medio de tantas conexiones, se siente desconectado. Y es un síntoma de la manera como se vive esta posmodernidad o como se antojen en llamarla. Ve un montón de causas, de anhelos, de movimientos, pero no parece que alguno sea el suyo. Le cansan los religiosos, los ateos, los animalistas, lo snobs del arte, los que se la pasan transmitiendo buena onda y también los que reniegan de todo o se la pasan con el corazón roto. ¿Qué van a conseguir finalmente? Parece que vivieran vidas con sentido, pero usted descubre en ellos frecuentes inconsecuencias, por lo que prefiere alejarse de sus manifestaciones.

Tal vez le fatigue que cualquier pequeño comentario pueda convertirse en una discusión supremamente apasionada. Puede ser que usted no participe en alguna de ellas, pero tenga la mala de fortuna de encontrarse con una hilera de sandeces, de verdaderas barrabasadas de parte de individuos que se creen muy sabios o que dominan muy bien el tema en cuestión. Y usted quisiera poner a cada uno en su lugar, ¿pero qué más da?

La posibilidad de que cada individuo se convierta en creador de contenido, y la abundancia de información que esto genera, lo satura de puntos de vista. Muchos de ellos independientes, muchos otros calcos. Sea lo uno o lo otro, el sentimiento de pertenencia a algo se debilita, porque cada cual parece más notoriamente constituir un mundo aparte, así sea solo una impostura. Se unen en torno a una causa y al instante divergen en cualquier otro asunto. A veces surge algo bueno de una de esas discusiones acaloradas, pero usted no tiene el tiempo ni la paciencia para explicarle su punto de vista crítico y bien informado a mil babosos. Puede hacerlo a través de una entrada en un blog, pero no todos la leerán. Encontrarán cosas más divertidas en que invertir su tempo online.

Dicen que la ironía es el signo que domina a esta generación. Que ningún compromiso es real, que todo es aparente. Cuando se tiene acceso a todo tan rápido, y las ideas se dinamizan a este nivel, resulta poco atractivo amarrarse a una tendencia, a una ideología. Entonces, se vaga por ahí, saltando de un blog a otro, reuniendo tantos datos que al final se entiende menos que al principio... Y en un punto no hay tiempo de averiguar más, porque toca concentrarse y ponerse a trabajar.

Por eso es más fácil terminar sucumbiendo a los encantos de la comedia. Un universo en el cual nuestros principios e idealismos son suprimidos, porque no nos hacen falta; al contrario, nos estorban. Nos hacen percibir el mundo como un lugar demasiado serio, y como nos sentimos incapaces de cambiarlo, sufrimos por ello. En la comedia todo se relaja. Nos burlamos de todos esos que se toman en serio las cosas, que se atreven a creer en algo. Nos burlamos de nosotros mismos, porque sabemos que así como pensamos una cosa hoy, mañana pensaremos otra. Estamos finalmente desarraigados; de alguna manera, somos inmunes.