domingo, 2 de septiembre de 2012

Brutalidad capucha



Los hechos.

Como buen nihilista, no siento simpatía por la autoridad. Tampoco expreso un odio gratuito y automático hacia ella. Simplemente sé que existe por una razón, que en una sociedad habitada por tanta escoria es un mal necesario. Aborrezco por supuesto los actos corruptos cometidos por instituciones como el ejército y la policía, pero no voy por la calle mirando con rabia a todo el que ande uniformado. Especialmente porque nunca he sufrido la tan mentada brutalidad policíaca. De hecho, la mayoría de mis interacciones con la fuerza pública se han dado de forma amable, respetuosa y cordial. Han sido muy serviciales, a decir verdad. Solo recuerdo dos situaciones que podrían servir como ejemplos de roce con la autoridad:

 El primero, cuando en un claro acto de ineptitud la policía me sacó, y a un gran grupo de menores, de un concierto de Misfits en el que no se estaba vendiendo licor. Amablemente nos hicieron subir a un camión y nos mantuvieron asegurados en una estación hasta que fueran a ''reclamarnos''. No recibí ningún tipo de maltrato y, cuando llegó mi hermano mayor, el procedimiento para recuperar mi libertad fue sencillo.

El segundo ocurrió una vez en que llegué un poco tarde a mi casa, que quedaba a unas pocas cuadras del Batallón Pichincha. Un grupo de soldados me esculcó en busca de drogas y uno de ellos en un momento hizo el amague de apuntarme con el fusil. Todos rieron. Ese fue un acto imprudente y desconsiderado, pero más terror me produjeron los compañeros de colegio que me hacían bullying o los capuchos que en cierta ocasión nos persiguieron a un amigo y a mí a la salida de la universidad. Querían que nos fuéramos rápido de allí para que no estorbáramos en su ejercicio heroico. No consideraron que a nuestro lado corrían una muchacha y un muchacho. Ella lo llevaba porque él no podía moverse bien. Había algo malo con una de sus piernas. No recuerdo qué, pero su situación era especialmente riesgosa. Se habla mucho de terrorismo de estado, pero ese día sentí el terrorismo capucho. Estallaron una papa muy cerca a nosotros; nos alcanzaron algunos fragmentos. Desde ese día los odio sinceramente y no me sorprenden sus alcances destructivos.

Dirán que me ha ido bien con la policía porque soy un ñoño. Efectivamente, no infrinjo la ley. No consumo alucinógenos en la calle ni hago grafitis en zonas prohibidas. Tal vez me ayude también el no pertenecer a ninguna minoría. Yo sé que la brutalidad policíaca existe, pero por cosas de la vida he conocido primero otros tipos de brutalidad. Como la brutalidad capucha. Por eso es que me harta un poco tanta canción anti-policía. En una ciudad tan peligrosa como ésta, ver una patrulla me reconforta. Reitero, la autoridad no me produce simpatía intrínseca, pero prefiero estar rodeado de ellos que de asaltantes dispuestos a matar por un celular. Además eso de creer que los policías son simplemente la gente que no aprendió a leer o que no quiso estudiar, como rezan los eslóganes mamertos, es aberrantemente ignorante e ingenuo. 

A mí los policías y soldados, los buenos, como los que me han ayudado, me producen una mezcla de lástima y admiración. Me parece estúpido sacrificar la vida por el servicio a un estado, a una comunidad. Pero alguien tiene que hacerlo. Y yo no soy capaz. Soy un cobarde y un debilucho. Pero ellos por altruismo, por egolatría, porque no tenían otra opción en la vida, o incluso porque en el fondo son unos sádicos que se deleitan con la idea de hacerle daño a otro ser —tal vez son todas las razones a la vez—, sí son capaces y eso merece algo de respeto. Debe de haber muchos que sean unos hijueputas, como también muchos capuchos, profesores, políticos, periodistas o artistas que lo son. Pero muchos otros son gente como usted y como yo, que ama a su familia, que se conmueve con una película y disfruta de un partido de fútbol. Los he visto sonreírme y desearme un buen día. Por eso no ando por las calles pensando que son todos unas máquinas de maldad. Brutalidad hay en todas partes, no solo debajo de un uniforme verde.

Nota final: no sé quién mató al policía, pero quien quiera que haya sido no cambia los pensamientos que he expuesto en este escrito. Por encima de todo, y por la razón que sea, es un gran dolor ver que mi universidad se convierta en un escenario para homicidios.