domingo, 8 de abril de 2012

La apatía (Parte 1).

Dígame si a veces ha deseado poder bloquear el Inicio de Facebook. No cerrar la cuenta, porque desea seguir aprovechando el servicio de mensajería y necesita ese espacio para acumular información en torno a su propia vida, sino simplemente dejar de recibir ese tumulto de ideas y apreciaciones de los demás: sus chistes, sus protestas, sus canciones. Porque a lo mejor se siente menos identificado que nunca con esa supuesta comunidad de la que hace parte. Porque antes no era así y usted no tenía necesidad de tener a esta gente tan cerca, dándole detalles de cada pequeño acontecimiento de su vida.

Eventualmente usted podría cancelar la suscripción a todos sus contactos, tendría que hacerlo uno por uno, y terminar con un Inicio solamente al servicio de sus propias publicaciones. Pero esto no lo haría sentir necesariamente mejor. Porque si se vio conducido a tal grado de hastío fue debido a un problema estructural: en medio de tantas conexiones, se siente desconectado. Y es un síntoma de la manera como se vive esta posmodernidad o como se antojen en llamarla. Ve un montón de causas, de anhelos, de movimientos, pero no parece que alguno sea el suyo. Le cansan los religiosos, los ateos, los animalistas, lo snobs del arte, los que se la pasan transmitiendo buena onda y también los que reniegan de todo o se la pasan con el corazón roto. ¿Qué van a conseguir finalmente? Parece que vivieran vidas con sentido, pero usted descubre en ellos frecuentes inconsecuencias, por lo que prefiere alejarse de sus manifestaciones.

Tal vez le fatigue que cualquier pequeño comentario pueda convertirse en una discusión supremamente apasionada. Puede ser que usted no participe en alguna de ellas, pero tenga la mala de fortuna de encontrarse con una hilera de sandeces, de verdaderas barrabasadas de parte de individuos que se creen muy sabios o que dominan muy bien el tema en cuestión. Y usted quisiera poner a cada uno en su lugar, ¿pero qué más da?

La posibilidad de que cada individuo se convierta en creador de contenido, y la abundancia de información que esto genera, lo satura de puntos de vista. Muchos de ellos independientes, muchos otros calcos. Sea lo uno o lo otro, el sentimiento de pertenencia a algo se debilita, porque cada cual parece más notoriamente constituir un mundo aparte, así sea solo una impostura. Se unen en torno a una causa y al instante divergen en cualquier otro asunto. A veces surge algo bueno de una de esas discusiones acaloradas, pero usted no tiene el tiempo ni la paciencia para explicarle su punto de vista crítico y bien informado a mil babosos. Puede hacerlo a través de una entrada en un blog, pero no todos la leerán. Encontrarán cosas más divertidas en que invertir su tempo online.

Dicen que la ironía es el signo que domina a esta generación. Que ningún compromiso es real, que todo es aparente. Cuando se tiene acceso a todo tan rápido, y las ideas se dinamizan a este nivel, resulta poco atractivo amarrarse a una tendencia, a una ideología. Entonces, se vaga por ahí, saltando de un blog a otro, reuniendo tantos datos que al final se entiende menos que al principio... Y en un punto no hay tiempo de averiguar más, porque toca concentrarse y ponerse a trabajar.

Por eso es más fácil terminar sucumbiendo a los encantos de la comedia. Un universo en el cual nuestros principios e idealismos son suprimidos, porque no nos hacen falta; al contrario, nos estorban. Nos hacen percibir el mundo como un lugar demasiado serio, y como nos sentimos incapaces de cambiarlo, sufrimos por ello. En la comedia todo se relaja. Nos burlamos de todos esos que se toman en serio las cosas, que se atreven a creer en algo. Nos burlamos de nosotros mismos, porque sabemos que así como pensamos una cosa hoy, mañana pensaremos otra. Estamos finalmente desarraigados; de alguna manera, somos inmunes.