martes, 11 de enero de 2011

‘’Timmies O’Toole’’ y ‘’Ardillas Lincoln’’: De la Espectacularización y Sobreactuación en los noticieros.

Las comedias animadas pueden ser excelentes a la hora de ilustrar los vicios de los medios informativos. Aunque lo hacen de forma evidentemente exagerada, logran ponernos en alerta acerca de las deformaciones, ocultaciones y sobreactuaciones en los que estos incurren en su afán por mantener los niveles de popularidad. Un capítulo de The Simpsons nos sirve como ejemplo: la trama principal es la de la caída dentro de un pozo de un niño llamado Timmy O’Toole, que es en realidad un invento de Bart quien hace la voz del niño a través de un dispositivo radiotransmisor. Mientras el pueblo ignora lo que hay detrás, los medios de comunicación realizan un exhaustivo cubrimiento y lideran una campaña de solidarización con el niño, haciendo que este sea claramente lo más importante en la agenda informativa. En un momento en que Bart se ríe de lo que está sucediendo, Homero lo regaña diciendo que Timmy O’Toole es un héroe. Lisa le pregunta el porqué de esta afirmación. Homero notablemente confundido y carente de argumentos responde algo como ‘Porque se cayó a un pozo’ y agrega al final ‘eso es más de lo que tú has hecho’.


Esto no es sin embargo lo más gracioso y diciente del capítulo, sino lo que ocurre al final cuando se descubre el engaño. En medio de la enorme decepción e indignación, el reportero que descubrió el caso Timmy O’Toole necesita una nueva historia, y enseguida recibe la llamada esperada. Entonces los medios publican la flamante noticia de que se ha encontrado a una ardilla muy parecida al presidente Lincoln. Pasan algunas horas y en el noticiero sale un boletín especial. El presentador dice: «La ardilla Lincoln ha sido asesinada y seguiremos la noticia toda la noche, si es preciso».

En Timmy O’Toole vemos el enorme atractivo que para los medios informativos tienen los desgraciados, a quienes se llega en ocasiones a convertir en héroes cuando no han sido nada más que desafortunados. Mientras que la Ardilla Lincoln – aunque comparte un poco los rasgos señalados en Timmy – representa más el oportunismo, y la desmesurada fijación de estos medios por lo exótico y lo novedoso, que pese a no representar incidencia alguna en los asuntos de la comunidad, termina imponiéndose en la agenda. Además de la tendencia a dedicar extensos cubrimientos a acontecimientos que ya no avanzan. ¿Con cuánta frecuencia tenemos Timmies O’Toole y Ardillas Lincoln en nuestros medios de comunicación, especialmente en los noticieros de televisión? Digo que esto ocurre más de lo que la gente es capaz de percibir, ya que esta forma de programar la agenda ha llegado imponerse como la normal de hacer las cosas en estos medios. Una forma que se presta para múltiples omisiones y para caracterizaciones excesivamente emotivas y pasionales de los hechos en detrimento del análisis consciente y bien documentado.

Para empezar hay que reconocer que los noticieros de televisión colombianos son, como los de muchos países de occidente, órganos de info-entretenimiento. Y esto funciona en dos sentidos. Es decir, no sólo en que incluyen dentro de la estructura del programa, vastos espacios para la difusión de temas y noticias relacionados con la cultura popular, el mundo de la farándula, los eventos sociales, sino en que la parte del noticiero que está dedicada a los temas ‘serios e importantes’ se impregna de ese espíritu de espectacularización. ‘Impacto’ es la palabra que mejor define el criterio que ha venido a imponerse a la hora de escoger los contenidos y la forma de presentarlos en los noticieros. Así lo señala García Avilés:

Si las cifras de audiencia se erigen como la referencia para valorar un programa, su calidad informativa queda relegada a un segundo término. Es entonces cuando los contenidos y las formas narrativas se seleccionan teniendo como criterio supremo el impacto que puedan causar en la audiencia, en lugar de la capacidad para suministrar información relevante, de la forma más rigurosa posible. (García Avilés, 2007, p. 50)

Es decir que el cubrimiento de los acontecimientos, en muchas ocasiones, encuentra justificación para alargarse no necesariamente en el interés de precisar y profundizar en la información, sino en el de prolongar por el mayor tiempo posible el impacto emotivo de este hecho. Una lógica, que si hemos de comparar con la de alguna narrativa particular, será con la de la telenovela. A veces, como ocurre en el ejemplo de Timmy O’Toole, esta sobreatención y dramatización de los medios apoya la movilización ciudadana, y las cruzadas que tienen como fin el bienestar del personaje o personajes afectados, por lo cual podríamos hablar de un mal necesario. Y es que lo sería si no tuviésemos otros elementos qué considerar.

Un ejemplo de hecho noticioso que nos muestra como la cuestión va más allá, es el de las liberaciones de los secuestrados. Generalmente, en el cubrimiento de estos acontecimientos, no se puede hablar en sentido estricto de un criterio de incidencia sobre un gran porcentaje de la población, aunque se piense que son encuentros decisivos para definir el panorama político del país, porque me atrevería a decir que este trasfondo no es percibido por el grueso de la población, que principalmente se fija en ellos por razones sentimentales. Estos eventos tampoco cumplen con la característica de novedad o imprevisibilidad, ya que, muy al contrario, han sido perfectamente coordinados. A pesar de esto, un suceso de esta naturaleza – el antes, el durante y el después – ocupa gran parte del espacio de emisión de noticias durante al menos una semana, con lo cual obviamente se resta peso a, o se dejan completamente de lado, una serie de eventos de la actualidad que pueden ser igual o más relevantes. Aunque no se descarta que en estas operaciones programadas que cumplen un proceso puedan existir alteraciones e imprevistos, el trabajo del medio informativo debería ser registrar la novedad en cuanto esta ocurra no la permanencia y la normalidad.

En ese sentido, lo informativo pierde el carácter de novedoso ya que simplemente está cerciorándose de que las cosas sigan como deben ser, y esto sucede porque el objeto de cubrimiento es espectacular y mueve una gran cantidad de sentimientos. Como ocurrió con el rescate de los mineros chilenos atrapados. La transmisión segundo a segundo de la operación tornó la situación en una telenovela en la que el espectador se encuentra vinculado emocionalmente a los personajes y necesita estar al tanto de cada cosa que haga o diga, aunque no sea realmente revelador. En términos estrictamente informativos era importante saber que la operación había comenzado, que los mineros se encontraban bien, y que esta había finalizado exitosamente. Y avisar cuando algo saliera mal, o simplemente fuera de los planes. Sobra decir que en este tipo de acontecimientos tampoco es posible que el televidente haga gran cosa en favor de lo que está pasando, por lo cual el atributo de concienciación está prácticamente descartado.

Todo esto es importante sobre todo porque muchas de esas otras informaciones relegadas o ignoradas pueden constituir otras versiones de la misma problemática, pero que no resultan tan llamativas o accesibles. Por ejemplo, relativo al caso anterior, por la misma época muchos hicieron denuncias acerca de mineros atrapados en minas del país a los cuales los medios de comunicación masivos no prestaron atención.

Este tratamiento hace que los noticieros de televisión resulten inconsecuentes e incoherentes con la sociedad en la que están inmersos, ya que terminan mostrando como excepcional o fantástico lo que no es más que el suceder cotidiano de un país problemático, dándole tintes cinematográficos a procesos programados, mientras se dejan en la oscuridad otros más dinámicos o graves o anteponiendo el impacto de eventos que ocurren por fuera de nuestras fronteras al interés por las problemáticas locales.

Con preocupante frecuencia los noticieros terminan convirtiendo a las víctimas del conflicto y la descomposición social en mártires e incluso héroes. Con la aclaración de que con la misma facilidad, y ausencia de matices, pueden llegar a transformarse en los villanos. Como ocurrió con Ingrid Betancourt, quien no hizo nada tan bueno como para su primera catalogación, ni tan malo, como para la segunda.

Otro caso notable de sobreactuación es el del niño Luis Santiago – nótese cómo el despliegue mediático posibilita que en un país de asesinatos y violaciones, un nombre propio pueda ser recordado, citado y comprendido sin problema -, cuya brutal historia capturó la atención de Colombia por una buena cantidad de tiempo. ¿Cómo se explica que un país con tan altos índices de violencia – también en contra de los menores de edad – viva y sufra de forma gigante un solo caso? Si se le diera tal cubrimiento a cada hecho atroz, no quedarían, sin duda, espacios en la televisión para alguna otra cosa ni lágrimas en los cuerpos de los colombianos.


Nada qué decir ni a favor ni en contra de este tipo de homenajes - hay varios -. Simplemente lo incluyo por si es necesario refrescarles la memoria y como muestra de todo lo que se generó a partir del hecho.

Un caso como el de Luis Santiago muestra una operación de sinécdoque; la parte por el todo en torno a la problemática de la violencia contra los niños. A través de un caso ejemplar – con la suficiente fuerza visceral para penetrar en la mente y el alma de los ciudadanos – se consciencia a todo un país. Al menos así lo sería en la visión más optimista posible. Pero quedan dudas de si esta es la manera más correcta de hacer las cosas, y no un simple reduccionismo. Cabe preguntarse cuál de estas posturas es la más benéfica para el interés público, ¿la de darle a cada caso una dimensión, en términos de tiempo y profundidad, coherente con su relevancia o la de llevados por el sentimiento y el oportunismo, dedicarse de forma exhaustiva y preferente a uno o unos pocos?

Este es un asunto éticamente complejo, ya que es difícil acusar a los medios de comunicación de estar perpetuando un mal, cuando en apariencia están siendo bondadosos y no están incurriendo directamente en conductas satanizadas como el ‘amarillismo’ o ‘sensacionalismo’, al menos en la definición tradicional de estas. Se les puede sindicar más fácil de excesiva sensiblería y ausencia de visión panorámica. Pero hay pocas disculpas cuando consideramos el hecho de que, comparados con los de hace 15 años, los noticieros son mucho más largos y ahora cuentan con medios alternos de apoyo, a través de Internet e incluso sucursales en otras frecuencias de televisión, por lo cual no deberían tener mayor problema en pasar todo lo que es pertinente con la cantidad necesaria de tiempo para informar completa y correctamente al televidente.

Sin embargo, lo sabemos, hay factores oscuros envueltos en la elaboración de estas parrillas de información, y no todo, o más bien muy poco, es exceso de ingenuidad o melosería. Tenemos por ejemplo, a las conocidas cortinas de humo, que es la forma de referirse a esas noticias – generalmente de temas amables o por lo menos sin relevancia política – que parecen colocadas estratégicamente para desviar la atención sobre informaciones que comprometen a personajes o instituciones de alto rango. Siempre es más fácil lidiar con un tema que no genere ni división ni polémica: Todos están en contra del que secuestró y asesinó a Luis Santiago, todos quieren que los secuestrados lleguen sanos a casa, todos quieren que el sistema adecuado para sacar a los mineros funcione a la perfección. No son temas espinosos. Además de que la forma de presentarlos, particularmente en el caso de Luis Santiago, hace menos fácil ligarlos a problemáticas sociales bien formuladas. La noticia se vive de forma aislada, como si todo el mundo fuera bueno y todo funcionara perfectamente en el país excepto por X caso aberrante. No se pone en cuestión la estabilidad del sistema. Sin embargo este es el estilo que impera, porque así parecen demandarlo la audiencia:


Se advierte (…) un cambio en las prioridades de lo que se considera noticia, ya que se amplía el tiempo dedicado a estos asuntos [los triviales], en detrimento de temas políticos, económicos o sociales (…) el infoentretenimiento en los canales europeos se caracteriza por conceder un mayor énfasis a las historias de interés humano, así como un cierto descuido de las llamadas noticias duras sobre acontecimientos políticos e información internacional. (García Avilés, 2007, pp. 51-52)

Es decir que lejos de querer vislumbrar los fallos estructurales de la sociedad, el televidente promedio prefiere encontrar personajes e historias a través de las cuales sentir, verse identificados o simplemente condolerse.

La cuestión es que ya sea más por las presiones políticas o por los mayores réditos económicos – a través de los altos ratings y patrocinios - que da la telenovelización de la información, los noticieros televisivos están actuando de una forma que deja muchos vacíos y sinsabores para la opinión pública, que debe formarse a partir de unas parrillas informativas muy sesgadas, muy estrechas. Evidentemente esto logra restarles credibilidad a los noticieros en ciertos sectores – seguramente los más ‘intelectuales’ o de mayor escolaridad - y obliga a las personas a buscar en otros canales – en el sentido global del término - donde las informaciones estén jerarquizadas de manera distinta.

Bibliografía

García Avilés, José Alberto (2007), El infoentretenimiento en los informativos

líderes de audiencia en la Unión Europea, en Revista Analisi #35, (PP. 47-63)


Ensayo presentado para la Clase de 'Ética en los medios de Comunicación', de la carrera 'Comunicación Social con formación básica en Periodismo' de la Universidad del Valle, para el semestre académico Agosto - Diciembre de 2010.

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